Antes de las redes sociales y de los selfies, las artistas del autorretrato ya se mostraban mediante la fotografía. Y, junto a ellas, también enseñaban su entorno. Repasamos el arte y la trayectoria de Vivian Maier, Francesca Woodman y Ana Mendieta, las "Erea Azurmendi" de otras épocas.
Por Nerea Campos
Nos hemos adentrado en una época en la que los selfies y las videollamadas están más presentes que nunca en nuestro día a día. Tanto en las redes sociales como en las conversaciones privadas, tratamos de acercarnos mediante estas vías a los demás, dejando que nuestra intimidad se exprese también.
Antes de que esta tecnología estuviera al alcance de la mano, como si fuese una extensión de esta, otras personas que experimentaban con la fotografía también sintieron esa pulsión por contarse desde el autorretrato.
Trataron de relatarse a sí mismas y el mundo en el que vivían con los medios que había entonces. Nos acercamos a esas pioneras de la fotografía y el autorretrato, con artistas como Vivian Maier, Francesca Woodman o Ana Mendieta, las “Erea Azurmendi” de otras décadas, a base de fijarse en el detalle, a aquello que las rodeaban, lograron dejar una impronta personal e imperecedera en el arte. Esa filosofía de prestar atención a las pequeñas cosas que tanto define al espíritu de Cervezas Alhambra.
La desconocida que retrataba las calles: Vivian Maier se refleja en la gran ciudad
Ahora conocemos bastante bien la cara de Vivian Maier (1926, Nueva York – 2009, Chicago), pero durante muchos años fue una persona anónima que paseaba y hacía fotografías sin que se advirtiera demasiado su presencia. Conocida como la niñera que fotografiaba el día a día, su gran pasión fue la fotografía de la vida cotidiana.
Aunque se marchó muy joven con su familia a Francia, volvió a Nueva York con 25 años para trabajar como niñera y años más tarde se trasladó a Chicago. Un año después de independizarse, pudo comprarse su famosa Rolleiflex. Solía quedarse a vivir en las casas de las familias para las que trabajaba y llevaba a cabo su labor fotográfica, como un hobby, cuando salía a la calle. Ellos la recordaban con la cámara al cuello.
No siempre tuvo los medios para poder revelar las fotografías, así que iba acumulando los rollos, excepto en las raras ocasiones en las que la familia con la que vivía le dejaba algo más de espacio.
Retrataba las calles por las que andaba, la gente con la que se encontraba, los comercios, los puentes, la vida, pero en nuestro imaginario Vivian Maier es una cara reflejada en un espejo o en los vidrios de las tiendas. Capturar su reflejo como una manera de decir que estuvo allí, que no era un fantasma.
Fue un golpe de suerte que sus imágenes hayan llegado a nosotros. En 2007 John Maloof buscaba información para un libro de historia sobre Chicago y en una subasta compró un archivo de fotografía y allí se encontró con las imágenes sin revelar de la artista.
Cuando la vida se hace imagen: los retratos del cuerpo en Francesca Woodman
Francesca Woodman (1958, Denver – 1981, Nueva York) comenzó desde muy joven a hacer fotografías, desde su adolescencia se atrevió a experimentar con la cámara, a buscar nuevas posiblidades, composiciones y a imaginar cómo sería ilustrar algunos libros con sus imágenes.
Su manera de experimentar el arte pasaba por el cuerpo. Al igual que la fotógrafa Erea Azurmendi, Woodman exploraba las formas de su cuerpo, las posibilidades que este ofrece junto a la luz o las texturas que se tienen cerca. Se mostraba oculta o medio fantasmal, una figura en movimiento en sitios abandonados que aprovechaba como escenarios de su particular universo.
Su yo aparece en numerosos autorretratos con distintas poses: mostrar un cuerpo, el suyo, entre el simbolismo de la fotografía y su talento innato. Una artista con una gran intuición cuyo final, el suicidio, no hizo sino aumentar esa curiosidad infinita por quien se muestra por partes, como si ella hubiese dejado esas piezas esperando que quien mire las recomponga.
Ana Mendieta: política y arte van de la mano
Aunque todo arte es político, quizá, de entre estas tres artistas, el compromiso vital que adquirió Ana Mendieta (1948, La Habana – 1985, Nueva York) sea el más acusado. Se vio obligada a emigrar en plena adolescencia desde Cuba hasta Estados Unidos, hecho que la marcó y la empujó a hacer del arte un refugio.
Sus obras van más allá de la fotografía, ya que también experimentó con la pintura, la performance o el videoarte. Sin embargo, sus autorretratos en la naturaleza, envuelta en tierra o en sangre, son algunas de sus obras más famosas.
En la serie de fotografías “Siluetas”, por ejemplo, muestra lo que habría dejado el cuerpo, son los huecos en el campo, tras un incendio o las huellas de la sangre. También son muy conocidos sus autorretratos en los que su cara está aprisionada tras un cristal o aquellos en los que aparece con bigote, experimentando desde la identidad y sus formas.
Sus imágenes muestran un arte incómodo, que cuestiona a la sociedad y que no tiene dudas a la hora de utilizar materiales como la sangre, las rocas o el fuego. El entorno natural como escenario para el cuerpo y éste como lienzo desde el que explorar.
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