Creadores - Cultura
Esos lugares cercanos de la ciudad que son “casa”
¿Cuántas veces has pasado por un lugar pensando "algún día tengo que entrar"? Durante años, pasé frente a la biblioteca pública de mi barrio con esa idea en mente. Cuando era pequeño me pasaba tardes enteras en la biblioteca, devorando novelas y tebeos, pero reconozco que lo había abandonado desde que me había hecho “mayor”.
Con la llegada de la pandemia creo que todos, en mayor o menor medida, redescubrimos nuestros barrios. El teletrabajo y las limitaciones de movilidad hicieron que sustituyera mi vida en el centro por la exploración de lo más cercano. El barrio que hasta entonces era para mí poco más que el camino al metro por la mañana y por la noche de repente se me abría como un paisaje inexplorado.
Una tienda de maquetas de tren, una peluquería, una librería especializada en tebeos, una peluquería modernita, una tienda de accesorios de cocina, otra peluquería, una pastelería que prepara roscones de reyes todo el año, otra peluquería… mis conclusiones fueron dos: que en mi barrio debe vivir la gente mejor peinada de España y que a dos calles tenía muchas cosas que, por pereza o desconocimiento, nunca hubiera sospechado.
Pero sin duda mi descubrimiento favorito fue la biblioteca pública. Ese edificio que, como decía al principio, me había prometido muchas veces visitar pero, por una cosa o por otra, nunca lo hacía, hasta que las obras en casa de mi vecino (era eso o que alquiló su piso para que los fabricantes de martillos los probasen) hicieron que fuese inviable seguir trabajando en mi casa.
Lo primero que te sorprende de la biblioteca pública cuando llevas tiempo sin entrar en una es que ya no se trata solo de libros. Salas de lectura de prensa y revistas, ordenadores para navegar por internet, préstamo de series y películas, comicteca, presentaciones de libros… y por supuesto, una enorme sala con puestos para leer, estudiar o trabajar tranquilamente.
Es difícil darte cuenta de todo lo que se cuece en una biblioteca hasta que entras en ella. La biblioteca es un Netflix, un coworking, un espacio de encuentro, un lugar de descubrimiento, de conexión, de investigación o de entretenimiento. Pero sobre todo, es un lugar acogedor.
Un espacio que es casa fuera de casa. Donde puedes ir a trabajar en plena concentración o sin un propósito cerrado, simplemente a dejarte sorprender, a descubrir. Seas quien seas. En una biblioteca pública no se te juzga por tu edad, por tu dinero, ni por dónde vengas. El único requisito para disfrutarla es querer hacerlo.
No debo ser el único que vivía en absoluta desconexión con su biblioteca: desde que he comenzado a evangelizar acerca de la biblioteca pública entre mis amigos (“¿tienes un momento para hablar de las virtudes del sistema de bibliotecas públicas?”) muchos me han confesado que no saben situar dónde está la de su barrio, o tenían dudas acerca de si te dejan entrar sin ser titular de carnet.
En cierto modo ir a la biblioteca es hacer física una experiencia que últimamente solo tenemos en internet
Caminar entre estanterías saltando de libro en libro, de tema en tema, como quien explora la Wikipedia; buscar una peli para ver esa noche como hacíamos hace años en los videoclubs; a leer revistas que jamás te hubieras imaginado que existen como quien surfea por tiktoks. Pero con el valor añadido de estar en un sitio tranquilo, silencioso, donde todo está a tu disposición para hacerte sentir acogido. Ir a pasar una tarde a la biblioteca es como aislarse del mundo por un momento. Más incluso que en casa, donde el móvil, el ordenador y las tareas domésticas siempre nos están reclamando. Estar allí es poder quedarte en un lugar fresquito en verano y cálido en una tarde lluviosa de invierno.
En un mundo que siempre nos empuja a querer más, hacer más y ser más, a veces olvidamos el valor de simplemente "ser". Los espacios urbanos que nos invitan a detenernos son más que un lujo; son una necesidad y un recordatorio de lo que realmente importa. Lugares abiertos a todos, donde dejar que las ideas se conecten y la creatividad aparezca orgánicamente, extensiones de una forma de vida que valora la calidad sobre la cantidad, el ser sobre el hacer. Donde nadie tiene prisa. Donde huir del ruido, el frío, las aglomeraciones.
Las bibliotecas públicas son un milagro, y tenemos que cuidarlas y defenderlas como tales. Y eso comienza por apreciarlas.
Este artículo fue escrito en una biblioteca pública municipal de Madrid.
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