“Don’t you wonder sometimes ‘bout sound and vision?”. David Bowie tenía claro el vínculo indisoluble que une al sonido con la imagen, un lazo invisible que ha fusionado desde siempre ambas disciplinas artísticas.
Por Cervezas Alhambra
Si viajamos mentalmente a la época clásica, recordaremos, entre otros, los célebres retratos de Vivaldi, Bach, Mozart, Beethoven, Chopin o Wagner. Miradas intensas, rebosantes de emoción, que traspasan el óleo y nos transmiten la sensación de un talento desbordante retenido en una pose estática. El paso del tiempo y el avance de la tecnología han hecho posible que la conexión de sonidos e imágenes se plasme en estampas dinámicas, dotadas de mayor expresividad. Los fotógrafos especializados se han convertido en testigos de excepción de los acontecimientos musicales más relevantes y han sabido relatarnos, a través de su obra, la historia de la evolución de los sonidos, desde las raíces hasta la actualidad. Brad Elterman, Pennie Smith, Bob Gruen, William Claxton, Jim Marshall, Martha Cooper, Mike Schreiber… El listado de orfebres de la imagen que han capturado la excitación de los directos y la autenticidad de los músicos es extensísimo. Representaciones icónicas que nos han ayudado a interiorizar la relevancia de los sonidos y a comprender que los sentimientos que provocan van más allá de la simple escucha.
Paul Simonon destrozando su bajo Fender P-Bass contra el escenario del Palladium de Nueva York el 21 de septiembre de 1979. Una imagen que condensa toda la energía y la actitud del punk rock de The Clash, y que acabó convirtiéndose en la portada de su disco más famoso: ‘London Calling’. La instantánea, tomada por Pennie Smith con su Pentax ESII, se transformó en todo un símbolo hasta el punto de que la prestigiosa Q Magazine la nombró en 2002 “la fotografía de rock ‘n’ roll más grande de todos los tiempos”. Curiosamente, la artista quiso desechar la imagen al considerar que estaba desenfocada, pero la banda acabó logrando que cambiara de opinión. Smith trabajó durante muchos años con la revista New Musical Express y, a lo largo de su exitosa carrera, cubrió giras de bandas tan influyentes como Led Zeppelin, Siouxie & The Banshees o Radiohead. 24 de febrero de 1969. Johnny Cash está enfrascado en la prueba de sonido previa al concierto que va a ofrecer en la penitenciaría californiana de San Quentin cuando el fotógrafo que cubre el evento, Jim Marshall, se dirige a él. “Hey, Johnny, ¿qué tal una foto?”. La hoja de contactos de aquella sesión nos muestra varias imágenes de ese momento, con Cash haciendo una peineta a la cámara o, como dicen los norteamericanos, ‘flipping the bird’. Marshall seleccionó una de ellas, en la que el dedo anular del mito destaca sobre el fondo negro. Una imagen que ilustra a la perfección el talante del rock and roll y que rivaliza en notoriedad con otra obra suya, tomada en el Monterey Pop Festival de 1967. En esta segunda foto, un joven Jimi Hendrix se encuentra de rodillas sobre el escenario, avivando el fuego que acaba de provocar sobre su Fender Stratocaster, mientras la audiencia observa atónita la escena. Allí estaba de nuevo el objetivo de Marshall, como también lo estuvo durante el festival de Woodstock de 1969. John Lennon de brazos cruzados vistiendo una camiseta blanca, sin mangas, con la leyenda New York City. En la célebre imagen, el músico posa despreocupado, con el pelo un tanto alborotado y sus características gafas redondas, frente a la cámara de Bob Gruen. Los expertos aseguran que, más que un fotógrafo de conciertos, Gruen ha sido un cronista del rock and roll desde que comenzó su trayectoria a mediados de los 60. Además de haber sido el fotógrafo oficial de John & Yoko durante los años en los que la pareja residió en Nueva York, Bob Gruen inmortalizó momentos de intimidad de artistas como Patti Smith, los Sex Pistols o The Ramones. Suya es también la inolvidable fotografía del maestro Chuck Berry besando el mástil de su guitarra durante el Rock & Roll Revival Concert celebrado en el Madison Square Garden en octubre de 1971. Las instantáneas firmadas por Brad Elterman, quien arrancó su carrera a los 16 años vendiendo una fotografía obtenida durante un concierto de Bob Dylan, nos descubrieron lo que se ocultaba en el día a día de los ídolos de la música. “No me interesaba para nada tomar una imagen de alguien sosteniendo una guitarra, eso ya lo hacían todos los demás, y tampoco me atraían las fotos genéricas de conciertos. Fotografié entre bastidores. Esas eran las imágenes realmente emocionantes que contaban una historia”, explica el autor. Su portafolio nos presenta imágenes reales, incluso cotidianas, de artistas tan dispares como David Bowie, Robert Plant, Alice Cooper, Queen, Kiss, ABBA, Boney M, The Who, Kenny Rogers, Michael Jackson… Elterman tuvo plaza reservada en todos los eventos de la escena de Hollywood durante los 70 y los 80, y su amistad con los protagonistas de muchas de sus fotografías le llevo, incluso, a convivir con algunos de ellos. También el jazz es un género en el que la imagen ha tenido una enorme trascendencia. Fotografías clásicas de músicos sudorosos y caras brillantes ocultos en el humeante interior de un oscuro club. “Eso era el jazz para la mayoría de la gente…”, se lamentaba el fotógrafo William Claxton. Sus imágenes, luminosas y espontáneas, nada tenían que ver con ese cliché. Él prefirió perpetuar la esencia de leyendas como Ella Fitzgerald, Mahalia Jackson, Miles Davis, Muddy Waters y , sobre todo, Chet Baker, con quien forjó una gran amistad, en otro tipo de ambientes, más relajados y genuinos. Toda una labor de etnografía musical enormemente apreciada en la actualidad. Y, si aceleramos el tiempo y llegamos a los albores de la cultura hip hop, encontraremos a Martha Cooper, cámara en mano. Una de las pioneras en documentar la escena que emergía de las calles de Nueva York. Cazadora de murales, graffitis, B-Boys, MC’s, bailarines de breakdance… Sus fotografías capturaron el aroma social que se respiraba en el momento en el que el hip hop eclosionó, llenando el mundo de grandes joyas, extravagancia y nueva música. Tras ella llegarían los grandes nombres, como el de Mike Schreiber, célebre porque cada rapero que posaba frente a su objetivo acababa integrándose en la realeza del hip hop. Ha fotografiado a muchos de los grandes del género, desde Mos Def hasta Lil’ Wayne, pasando por 50 Cent, DMX u Ol’ Dirty Bastard. En España, si enlazamos los conceptos de fotografía y la escena underground, es probable que el primer nombre que nos venga a la mente sea el de Alberto García-Alix, una auténtica leyenda forjada a golpe de obturador desde mediados de los 70. Devoto del rock clásico, frente a su objetivo posaron prácticamente todos los rostros populares de La Movida. Uno de los protagonistas de sus últimas sesiones ha sido el artista madrileño C. Tangana, pero tal vez la serie que mayor repercusión le haya dado dentro del ámbito musical fue la que le dedicó a Camarón de la Isla. Imágenes cargadas de embrujo que revelan la esencia del cantaor. Aquellas fotografías, las últimas tomadas en vida de José Monge Cruz, acabaron ilustrando la portada del recopilatorio póstumo ‘Una Leyenda Flamenca’. Ouka Leele es otro de los nombres propios que destacan en el universo de los fotógrafos musicales españoles. Su personal modo de interpretar la realidad y su particular lenguaje visual le llevaron a rodearse de músicos y a ilustrar con sus obras los trabajos de algunos de ellos, como Los Ilegales, Peor Impossible, Los Burros, Danza Invisible o Bajas Pasiones. |
Por último, no podíamos dejar pasar la ocasión de rendir homenaje a la figura de Xabier Mercadé, quien supo atrapar como nadie el espíritu de la música en directo. Fundador de la revista Enderrock, el legado de este hiperactivo fotocronista comprende más de un millón de fotografías tomadas a lo largo de más de 14.000 conciertos. Su figura pasará a la historia como retratista del rock, pero también nos dejó imágenes irrepetibles de músicos de jazz, salsa, blues, flamenco o folk.
IMÁGENES | UNSPLASH
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