Nos adentramos en el mundo de la luthería de la mano de Pedro Ruiz del Árbol, un Maestro del Tiempo que construye, sin prisa, violas, violines y violonchelos
Por Lorena Papí
Fue el sonido del violín el que atrapó a Pedro Ruiz del Árbol en el mundo de la luthería. Aunque entonces, cuando aprendía a tocarlo, aún no sabía que ese sería su oficio. Construir violas, violines y violonchelos —y restaurarlos— es lo que alimenta hoy su alma y su "incansable curiosidad personal".
En su taller de Madrid, integrado como un oasis de creatividad y de paz dentro de su propio hogar, practica el oficio de hacedor de sonidos, dominando el tiempo hasta convertir la madera en bellos objetos transmisores de emociones.
Y lo hace como lo hicieran antes los grandes nombres de la luthería clásica de cuerda frotada —Stradivari, Gudagnini, Guarneri, Montagnana— en la ciudad italiana de Cremona, siguiendo así una tradición centenaria. Pero atendiendo a una demanda muy actual: la del trabajo hecho a mano con esmero, con perfeccionismo, con amor por el detalle. La unicidad frente a la producción sin alma.
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Pedro no solo construye instrumentos. Con su trabajo pone en práctica su manera de entender la vida. O lo que quiere para ella. Así pasó de publicista a acabar abriendo un taller de luthería, por amor al violín. Y por la necesidad de hacer algo que le llenara:
“Tras recorrer todo un camino de formación, aprendizaje y trabajo para adquirir experiencia, decidí montar mi propio taller en mi casa, para poder consagrar mi vida a la música, al violín, desde una perspectiva personal y una manera de ejercer la profesión basada en mis propios valores y experiencias personales”.
Sus piezas son únicas y su sonido, irrepetible. Porque personaliza cada instrumento “a la manera de tocar y personalidad única de cada músico”. No es el que lo toca quien lo hace suyo, quien lo lleva a su terreno. Es el constructor, el experto en sonido, el que crea la magia consiguiendo que el instrumento se adapte a la idiosincrasia del músico. “La cuerda frotada clásica no busca el sonido amplificado y tratado”, señala Pedro, “sino la proyección de las características únicas que tiene cada instrumento inigualable en manos de cada músico”.
Sin prisa o cómo crear piezas que de verdad merezcan la pena
En la construcción de instrumentos, dedicación y paciencia son elementos claves. Este trabajo sin prisa pasa por innumerables fases, desde el diseño y la fabricación del molde hasta el acabado del instrumento, con el barnizado. Cada parte (las tapas, los aros, las efes, la barra armónica, el mástil, el arco) se trabaja por separado pero sin perder de vista su objetivo último.
Son pautas de trabajo que Pedro comparte con otros artesanos, como los Maestros del Tiempo que protagonizan la última campaña de Alhambra Reserva 1925. Y que se resumen en una premisa: nada que merezca la pena puede hacerse deprisa. Una filosofía que entronca también con la de los maestros cerveceros de Cervezas Alhambra, conscientes de que dedicar a cada cosa el tiempo que merece y respetar los procesos y la materia es algo fundamental para conseguir un resultado único, lleno de matices y de alta calidad.
En el caso de este luthier, todo importa. Desde la elección de la madera —abeto y arce para las tapas y el mástil, pernambuco y ébano para el arco— hasta la forma de tratarla. Solo así cada elemento puede funcionar perfectamente al integrarse en el conjunto y hay armonía en el resultado final. Como lo es para los maestros cerveceros la selección de las diferentes variedades de cebada y de lúpulo, el control del proceso de malteado y el respeto por los tiempos de fermentación lo que hace única cada una de sus creaciones.
Su mayor empeño como luthier es lograr la mejor sonoridad posible para cada pieza. Que la materia prima, combinada con su trabajo, dé lo mejor de sí. Para alcanzar su objetivo se convierte así en un Maestro del Tiempo que domina el sonido domando la madera, a base de cepillo, de rasqueta y de gubia. Son esos rituales, con su hipnótica cadencia, los que convierten su taller en un espacio donde los legados centenarios cobran protagonismo.
Aquí se respetan los procesos, la materia y la técnica. Empezando por las herramientas de corte que, basándose en plantillas, le darán forma a la madera, o el concienzudo vaciado de las tapas, que marcará en parte la sonoridad final del instrumento. También la gubia, que talla la madera hasta definir el mástil. Y el cepillo que la modela hasta crear una lluvia de volutas.
Pedro confía en sus manos y su talento para marcar el ritmo y decidir las pausas, comprobando el resultado a cada paso en pos de la perfección. Aporta la técnica y la habilidad a la hora de manejar las herramientas.
También la sabiduría y los conocimientos sobre el funcionamiento de la caja de resonancia, al disponer de una manera precisa y no de otra la barra armónica, las efes y el alma, decidiendo con esta acción, en gran medida, el sonido final del instrumento.
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La importancia del silencio
Pero para poder apreciar el valor y la belleza de sus instrumentos artesanales tan imprescindible es el sonido como el silencio. Cuando se produce el silencio, el tiempo se detiene. El oído está preparado para apreciar matices inesperados. Solo se necesita silencio para empezar a escuchar. Es entonces cuando se puede descubrir, como Pedro, qué sonido esconde el interior de un trozo de madera.
Solo cuando escuchas el alma de algo auténtico es cuando puedes sentir su verdadera belleza. Igual que solo en silencio se puede apreciar hasta el suave crepitar de la espuma al servir una Alhambra Reserva 1925.
La construcción de instrumentos también es toda una experiencia sensorial, en la que no solo participa el oído. También el tacto funciona como una herramienta más: gracias a él sabe si está extrayendo a la madera todo su potencial, toda su sonoridad. Manos que no solo tocan, sino que intuyen, calculan en función de la textura, del alisado de la tapa. La vista es partícipe, si los ojos no solo ven, sino que miran, a través del voluptuoso y preciso tallado que da forma al mástil.
Las manos expertas de un luthier como Pedro son capaces de calcular el resultado de cada proceso solo acariciando la madera. O haciéndola sonar suavemente, con los nudillos. Una habilidad que una máquina nunca podrá tener.
La luthería es mucho más que un trabajo para Pedro. Es pasión lo que siente por su oficio, los violines y la música. Pero la vive con calma, saboreándola. No trabaja con más de cuatro instrumentos a la vez y a su taller solo se puede acudir con cita previa. Las prisas se quedan fuera.
Pese a que su taller comparte espacio con su casa, lo ha convertido en su punto de venta. Le gusta que quien viene a buscar un instrumento conozca de primera mano el proceso, que llegue a la emoción a través de los detalles. Que pueda oler en el aire el polvo de la madera, deleitarse la vista con los instrumentos ya terminados, escuchar los sonidos familiares del taller.
Solo así, respetando los tiempos, se percibe que las creaciones de este luthier son únicas. Como la Alhambra Reserva 1925 que hace casi cien años imaginaron en Granada unos maestros cerveceros.
Se siente plenamente satisfecho con un trabajo que define como “la manera de poder vivir como me gusta, y para lo que me gusta, pudiendo crear obras de arte únicas en el mundo”. Al trabajar en casa puede compaginarlo además con sus otras pasiones: la vida familiar y la crianza de sus hijos junto a su mujer.
Pedro mantiene viva la tradición cremonesa casi como una reivindicación, frente a ese intrusismo industrial que sufre el oficio y que acelera ciertos procesos para producir más. Reivindica “la práctica de la paciencia y el gusto por el detalle”. El resultado le da la razón: solo del trabajo hecho en su práctica totalidad a mano, seleccionando con esmero la materia prima, eligiendo la herramienta adecuada y ejecutando cada proceso con paciencia, mimo y precisión se obtienen creaciones únicas. Incomparables.
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