Un libro es más que un conjunto de páginas con dos tapas: es la puerta a viajes fascinantes y a historias inolvidables. Los libros son también nuestro refugio en tiempos convulsos, nuestro pasatiempo y uno de los sinónimos del verano. ¿O acaso hay algo más estival que pasar páginas con los pies bañados por el mar?
Por Eva Gracia
Hay mucho romanticismo en torno a los libros. Tanto como objeto físico como concepto. Tener entre las manos un libro en papel es algo así como un vestigio de otra era, un recuerdo de los tiempos analógicos de los que nos resistimos a desprendernos. Un libro, sea cual sea su formato, es un pasaporte a mil y una vidas, a mil y un mundos. ¿Cómo no ver en ellos el romanticismo? ¿Cómo no enamorarse del libro como concepto, y de todos los libros por su tremendo potencial?
Tener una enorme biblioteca en casa es el sueño de muchos, la fantasía de quienes anhelan poder dedicar un espacio privilegiado del hogar a guardar, exponer y ordenar los libros. Al pensar en una enorme biblioteca, a nuestra mente vienen imágenes variadas: de aquella del palacio de La Bella y la Bestia a la que JK Rowling imaginó para el universo de Harry Potter, y que está inspirada en una bellísima librería de Oporto.
Los libros son los responsables de que nuestra imaginación vuele sin límites: ellos nos han enseñado a soñar alto, lejos, cerca, con fantasías o con historias con atisbos de realidad. Y nuestro amor por ellos se gesta en la infancia, cuando papá o mamá nos acostaban leyendo en voz alta una historia que nosotros nos encargábamos de prolongar en sueños.
Leer es encontrar referentes, tanto cuando se es niño y adolescente como cuando la edad adulta irrumpe y buscas un alter ego en la ficción que haya pasado por lo mismo que tú. Cuando buscas inspiración, historias conmovedoras, descubrir a personajes que, aun sin existir físicamente, cambiaron el mundo, acudes a ellos, a los libros.
Sumergirse en un buen libro es perder la noción del tiempo, es quedarse con una linterna leyendo bajo las sábanas hasta la madrugada, es sentir la brisa del mar en verano mientras las palabras te trasladan a un paisaje invernal, es ponerse en otros zapatos, entender vidas complejas y agudizar la empatía, tanto en la lectura como cuando las tapas se cierran y nuestro corazón se ha abierto un poco más.
La lectura como refugio
La lectura es un refugio: pase lo que pase, siempre nos quedarán las palabras. Y lo hemos experimentado en estas semanas en casa, en las que los libros nos han amenizado muchas tardes igual que amenizaban nuestros veranos en el pueblo durante nuestra infancia. Los libros son un pasatiempo en sí mismos, una excusa para dejar de lado las pantallas, para detenerse y atreverse a, como nos invita a hacer Cervezas Alhambra, Parar más. Sentir más.
Leer requiere de atención al detalle, de observar lo que no se ve. Las sensaciones que nos transmite un libro son invisibles, pero, en cambio, ahí están, tan certeras y reales como el lomo que une las páginas.
Leer es atreverse a apagar los sentidos, detenerse un instante, pensar en qué queremos sentir y dejarnos llevar, sorprender, conquistar por la magia de las historias.
Un libro es el epítome de los pequeños grandes placeres. El encanto de sentarse a estrenar una nueva novela solo puede mejorar si la experiencia se acompaña de una Alhambra Reserva 1925, una cerveza que, como las buenas historias, se degusta poco a poco, saboreando cada sorbo y cada palabra, dosificándola para que dure un poco más.
También, al igual que las Cervezas Alhambra, un libro se disfruta aún más si se comparte. Si se intercambian impresiones, comentarios y hasta finales alternativos con una Alhambra Especial de por medio. Brindando por los volúmenes que han circulado por todo un grupo de amigos, de primos, de hermanas, generando conversaciones e improvisados clubes de lectura, convirtiéndose, por un tiempo, en un integrante más del grupo. Y, a cada integrante, en algo así como otro personaje del libro.
En la variedad está el gusto
Hay una variedad de Cervezas Alhambra para cada ocasión: una Alhambra Reserva Roja para momentos y cenas especiales; una Alhambra Barrica de Ron Granadino para cuando se busca sorprender, dejar un poso sin igual; una Alhambra Baltic Porter para esos momentos en los que queremos saborear el tiempo y degustar su esencia; o una Alhambra Especial Radler para aquellos otros en los que buscamos distensión, relajarnos, probar el sabor del verano, de los chiringuitos, de las reuniones con amigos desde el atardecer hasta el amanecer.
Del mismo modo, hay un libro para cada ocasión. Una novela de intriga para las tardes de otoño junto a la chimenea; una biografía para las mañanas en el parque; un ensayo para los trayectos en tren; una historia ligera de romance para los mediodías al sol; una novela histórica para las noches de insomnio; una crónica de viajes para las semanas previas a las vacaciones…
Nuestra dieta literaria se rinde a nuestros antojos, y con ella se enriquecen nuestra librería (ya sea como la que siempre hemos soñado o poco más que unas cajas de mudanza aún sin desembalar), nuestro cerebro y nuestra imaginación. Porque, de repente, paseando por la ciudad, viene a nuestra mente un diálogo, una escena que transcurría en un rincón como el que estamos viendo, un pasaje con el que nos identificamos en ese preciso momento. Y entonces nos alegramos profundamente de haber sucumbido a nuestros antojos literarios.
Enamorarse de los libros, enamorarse del cine
Enamorarse de los libros también es enamorarse del cine. Porque de entre las páginas de las novelas han surgido algunas de las mejores producciones del séptimo arte. Leer una historia y verla en la gran pantalla son dos experiencias absolutamente distintas, pero complementarias. ¿Quién no ha dicho alguna vez aquello de “me gustó más el libro”?
Leer una historia y verla convertida en película es vivir dos veces las sensaciones que nos transmite. Es emocionarse por partida doble, descubrir nuevos giros, matices y lecturas en los personajes. Es sorprenderse con cómo las mismas palabras pueden crear dos universos distintos: el que cada uno ha imaginado y el que un cineasta traslada al celuloide.
Volver a las librerías
Si hay un lugar en el que la pasión por la literatura se torna en algo tangible (además de la biblioteca de nuestros sueños), ese es una librería. En ella conviven libros de diversas épocas, países y temáticas en una perfecta armonía, en una quietud casi solemne, pues las librerías son remansos de paz, espacios consagrados a las palabras en los que, curiosamente, las voces apenas se escuchan.
En las librerías, cada volumen aguarda a ser escogido, a visitar un nuevo hogar y llenarlo de vida con su presencia. En ellas habitan unos expertos, los libreros, maestros en algo tan complejo como es el arte de recomendar títulos literarios. Un libro resulta un regalo comodín, pero es uno de los objetos más personales que se pueden encontrar en una casa, pues hablan de lo que nos gusta, de nuestras inquietudes, de quienes nos inspiran, de nuestra evolución.
En las últimas semanas, echar de menos sin caer en la nostalgia se ha convertido en un arte casi tan complejo como el de recomendar libros. Hemos echado de menos ir a nuestros parques, a nuestros museos y a nuestros bares, esos en los que nos ponemos al día con nuestros amigos y nos sentimos familia, haya o no sangre compartida de por medio.
Y también hemos echado de menos las librerías: zambullirnos en su calma inalterable, perdernos por sus pasillos, admirarnos con su orden. Hemos echado de menos acudir a nuestro recomendador de libros, contarle qué nos pareció el último y salir de ahí con la ilusión de quien lleva un nuevo título bajo el brazo.
Por eso, también ahora es el momento de volver a las librerías. De apoyar a esos libreros de barrio que, a su vez, apoyan a autores y editoriales emergentes. Que saben, aunque no se lo hayamos dicho, el nudo que se nos puso en la garganta al despedir a Carlos Ruiz Zafón. Que ya han pensado en nosotros al recibir sus novedades de verano, y nos visualizan en nuestra tumbona leyendo el volumen que han seleccionado para nosotros.
Volver a las librerías, volver a recorrer pasillos repletos de historias, volver a llevarnos un nuevo título a nuestro bar favorito y pasar las páginas acompañados de una Alhambra Especial recién tirada. Recuperar los pequeños placeres también es eso, reconquistar nuestros espacios de disfrute, nuestros momentos de desconexión, de reconexión con los reductos del mundo analógico que nos sigue enamorando.
Imágenes | Unsplash - Daniel von Appen, Yoab Anderson, Susan Yin, Amelie & Niklas Ohlrogge, Natalya Letunova, Blaz Photo, Angello Pro
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