Creadores - Arte
Pilsferrer, artista y arquitecta: “Cuanto más viajaba y más me iba formando, más serio y más específico se volvía el discurso de mi obra”
Hablar de artistas con una conexión especial con el mundo de las ciencias es viajar al Renacimiento, para explorar la mirada de Leonardo da Vinci (1452 - 1519) en su trabajo El hombre de Vitruvio. Una obra en la que las matemáticas se unen a la anatomía o el dibujo con el objetivo de esbozar las proporciones del hombre perfecto.
Muchos siglos después, son incontables los artistas que han ido mostrando esa relación personal con las distintas disciplinas científicas a través de sus obras. La mayor parte de ellas cuelgan en las paredes de los museos más reconocidos del mundo y, en la época de la digitalización, era solo cuestión de tiempo que este binomio formado por el arte y la ciencia diera el salto al mundo de las redes sociales, siendo Pilar García-Ferrer (Madrid, 1991) un gran ejemplo de ello.
Artista del collage, arquitecta e interiorista y más conocida por el gran público como Pilsferrer, “desde muy pequeña” tuvo claro “que quería estudiar Arquitectura”, aunque mostraba interés también por otros campos como la ingeniería, el arte, la física o las matemáticas. Finalmente, el culpable de su elección fue “el mejor amigo de mi padre, Javier Mena, que es un arquitecto fantástico, al que siempre he admirado mucho y me picó para que comenzara a estudiar esta carrera”. A partir de aquí inició su aventura en la Universidad de Alcalá de Henares, para completar su formación en Yale (Estados Unidos), St. Martins (Reino Unido) y la Pontificia Universidad Católica del Perú, en Lima.
Experiencias y vivencias que plasma en sus collages, digitales o analógicos, en los que refleja su amor por la naturaleza y los viajes, para dirigir su atención a reflexionar sobre aspectos concretos del mundo que nos rodea. Sobre el hilo conductor de sus obras, la evolución de su arte y su relación con su trayectoria como arquitecta charla hoy con El Mirador, en su nuevo estudio de Madrid.
El Mirador: ¿Quién es Pilsferrer y cuánto hay de Pilar García-Ferrer en ella?
Pilar García-Ferrer: Pilsferrer es el nombre de mi marca que surge de mi época viviendo en el extranjero, cuando a la gente le costaba mucho pronunciar la erre y me llamaban Pils. Así que, cuando me hice Instagram, hace ya 8 años, yo misma me puse Pils en mi cuenta, la cual empezó siendo de uso personal y terminó derivando en lo que es ahora. Aunque uno de mis mejores amigos siempre me ha llamado Pils. Fue todo muy inocente y muy orgánico.
E.M.: Como profesional tienes dos facetas, una como arquitecta e interiorista y otra como artista del collage, unidas por tu mirada y esa forma tan especial con la que te relacionas con la realidad. ¿Cómo definirías tu estilo al diseñar una casa?
P.G.F.: Mi estilo, para mí, es muy limpio y atemporal, aunque también algo ecléctico. Una cáscara que es muy sencilla, o blanquita, con materiales siempre naturales como la madera y la piedra, o porcelánico si es una zona de mucho trote. Intento crear un entorno muy natural, limpio y, luego, a través del mobiliario construyo su personalidad. Los clientes siempre participan en los proyectos que diseño, es como realizar un traje a medida. Cada casa cuenta una historia y el cliente es el protagonista.
Para mis proyectos, por ejemplo, me encanta diseñar una mesa que resulte muy moderna, ya que en el estudio muchos de los muebles son creaciones propias, para luego combinarla con una pieza que aporte un poco más de carácter y de historia, como puede ser una cómoda de Luis XIV, o piezas que podamos encontrar en anticuarios o en El Rastro. En España tenemos, y hemos tenido, unos artesanos buenísimos, y creo que hay que valorar esa historia e incluir piezas especiales para que tu casa no sea la típica que tiene unos muebles que puedes encontrar en cualquier parte. Evidentemente no todo tienen que ser elementos únicos, pero de repente unos espejos que compraste en un viaje a Perú dan a un entorno muy tranquilo, que respira mucha paz, personalidad propia.
E.M.: Das mucha importancia a esa individualidad en el interior de un hogar. ¿Es posible lograr esa autenticidad en las casas actuales que, de media, son mucho más pequeñas y de alquiler?
P.G.F.: Con bajo presupuesto se puede hacer una decoración que impacte, aunque hay que tener un poco de picardía y echarle horas en subastas en internet, Wallapop, las tiendas pequeñas del Rastro. Invertir tiempo para buscar piezas especiales y únicas.
E.M.: ¿Y en qué momento decides llevar tus conocimientos sobre arquitectura al mundo del collage?
P.G.F.: Yo empecé a desarrollar collage a la hora de presentar mis proyectos en la carrera de Arquitectura, ya que se me daban muy mal los 3D, por lo que yo hacía una maqueta, con fotos y luego metía un poquito de textura. Mi objetivo era presentar una obra gráfica, aparte de las planimetrías que nos requerían en las asignaturas y así, poco a poco, fui incluyendo elementos más cómicos o sarcásticos, incluso. Por ejemplo, de repente hacía un auditorio y para la presentación final ponía un trozo de sandía gigante o, aunque no lo llegué a hacer porque ya no me atreví, pero se me ocurrió incorporar dinosaurios como si fueran Godzilla y lo fueran a colonizar todo. Significó ese paso al siguiente nivel del humor que yo tengo en los collages y en los proyectos, en definitiva, introducir elementos un poco surrealistas.
Imagen: Pilsferrer.
El gran salto al collage fue cuando uno de mis primos me pidió que le diseñara los meseros para su boda. Él y su novia me explicaron que no querían la típica acuarela sino algo más potente: collages inspirados en la música. Cada mesa de la boda se identificaba con un grupo, lo que dio como resultado veinticinco collages: la mesa de sus abuelos era la de Frank Sinatra, la de sus amigos mexicanos Los Panchos. Todos estos diseños los fui guardando, publicando en Instagram y ahí empezó a arrancar un poquito todo.
Además, tuve un push bastante importante de una amiga mía que es influencer, Maria Fernández-Rubíes, a la que siempre estaré muy agradecida porque me metió un empujón brutal. A partir de aquí el resto ha sido de forma muy orgánica, con diseños que a la gente le llamaban la atención. De hecho, me gustaba mucho conectar con el observador, porque la gente veía que subía un collage y decían “anda un pingüino” y luego “ah, no…” y yo “sí, claro, es un pingüacate, un pingüino / aguacate”. Esa forma de relación con el observador siempre me ha divertido mucho.
Imagen: El Platafante, Pilsferrer.
E.M.: ¿Cómo recuerdas el momento de empezar a mostrar tus obras en Instagram? ¿Sentiste vértigo de exponer tu trabajo ante el mundo?
P.G.F.: Como lo primero que subí fue a mi perfil personal, en el que solo me seguían mis amigos, creo que ni lo pensé. Estaba en un momento tan inocente en mi vida y en mis redes sociales que ni lo medité. Me pasó lo mismo con la primera exposición, en el hotel The Hat Madrid, en la Plaza Mayor, que me llamaron para mostrar mis trabajos de collages digitales, y estuvieron un mes entero colgados. Yo creo que fue algo a lo que me animé sin pensármelo dos veces. No me dio tiempo a que me entrara miedo.
Imagen: Tortufrita, Pilsferrer.
Sin embargo, tiempo después, las siguientes dos exposiciones de piezas únicas de collage analógico, más diferentes a los trabajos anteriores en los que había puesto todo de mí, todo mi corazón, lo más visceral que había en mí, ahí sí lo pasé fatal cuando estaba terminando. Se llamaban Hilo conductor y yo solo podía pensar en el discurso de las obras. Cuando estudiaba Arquitectura siempre tenía que explicar las razones, argumentar los motivos que me habían llevado a ese diseño. Y en mis collages analógicos mi gran obsesión en ese momento era tener un alegato muy potente. Diseñaba la pieza y el discurso, y ahí sí sufrí un poco por el miedo a qué pasaría de no gustar.
E.M.: Fijándote en tus collages, tanto los analógicos como los digitales, ¿cómo dirías que ha ido evolucionando tu arte?
P.G.F.: Tienen en común los viajes, los mapas, la naturaleza, la gastronomía y la mujer como protagonista. Son mis líneas básicas que se han mantenido durante todos los años y a partir de ahí cada collage me parece diferente.
En el caso de los digitales, su discurso está basado en mi manera de conectar con el espectador de una forma inmediata, porque a la gente le saco una sonrisa o, de repente, entiende la situación surrealista. Tienen un discurso mucho más sencillo, mucho más humorístico y mucho más directo en los que no aprecio tanto cambio con el paso del tiempo.
Los analógicos, sin embargo, sí han ido evolucionando de la mano de mi madurez: cuanto más viajaba y más me iba formando, más serio y más específico se volvía el discurso de mi obra. Mi siguiente reto en estos trabajos será enfrentarme al collage de gran formato, ya que siempre me ha dado bastante miedo, porque el más grande que he realizado ha sido de 50 x 70.
E.M.: En esa evolución está también el salto que se produce cuando las marcas empiezan a pedirte que trabajes para ellas. ¿Cómo es ese momento en el que tus obras se vinculan a grandes firmas?
P.G.F.: Una de las primeras marcas que llamó a mi puerta, y recuerdo con mayor cariño, fue la joyería Rabat. Por aquel entonces, estaban haciendo una obra en la calle Serrano y querían que les diseñara una lona para su fachada. Fue muy emocionante ver la impresión de cuatro metros en plena calle madrileña, es como un reconocimiento casi de la sociedad hacia mi trabajo que te está diciendo “oye me gusta lo que haces, estás yendo por buen camino, quiero que trabajes para mí”.
Al principio no me lo creía, y pensaba ‘cómo Rabat me va a llamar a mí que soy un gusanillo, que no soy nadie’. Pero gracias a ese proyecto se levantó la mano para que empezaran a salir el resto de trabajos ya que, al final, una colaboración llama a otra. La última ha sido con Cervezas Alhambra, como parte del Índice de la prisa, el indicador que han creado para medir el nivel de prisa y estrés con el que vivimos.
Mientras diseñaba la ilustración me di cuenta de que yo era el contraejemplo, que me tengo que aplicar e ir con menos prisa y menos estrés por la vida. Por ello, la ilustración plasma ese momento contemplativo de una mujer sentada en un botellín Alhambra, que además abundan en mi nevera, mirando al horizonte, con un redondel amarillo que representa la puesta de sol que es el momento más introspectivo e idílico, cuando estás meditando y pensando, rodeado de motivos naturales y libros. Confieso que la incorporación de los libros es algo personal, siento que cuando yo estoy leyendo me estoy dedicando de verdad tiempo a mí misma y estoy desconectada del resto del mundo.
Compartir