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Javier Sagarna, director de Escuela de Escritores: “Escribir es recuperar la intimidad con uno mismo a través de la palabra, el juego y la imaginación” Javier Sagarna, director de Escuela de Escritores: “Escribir es recuperar la intimidad con uno mismo a través de la palabra, el juego y la imaginación”

Creadores - Libros

Javier Sagarna, director de Escuela de Escritores: “Escribir es recuperar la intimidad con uno mismo a través de la palabra, el juego y la imaginación”

Coger un boli, un cuaderno, sentarse y pensar ¿qué historia quiero contar? ¿Cómo la voy a narrar? ¿Desde qué óptica? ¿En qué lugar debería transcurrir? ¿Cómo son mis personajes? ¿Tienen algo de mí? Este remolino de preguntas que parecen no tener fin son las mentes de los estudiantes que cada día cruzan las puertas de Escuela de Escritores, con la esperanza de encontrar un lugar en el que su mundo, uno muy extraño repleto de ensoñaciones, recupere el sentido perdido. Al frente está Javier Sagarna, escritor y profesor de escritura creativa que en una vida lejana, según cuenta la historia, fue farmacéutico. 


Una charla con Javier empieza con un viaje al pasado, al más puro estilo H. G. Wells, para recordar su primer día entre letras. “Cuando llegué al taller de Enrique Páez, me senté en aquella mesa, empezaron a leer, a comentar y la sensación fue ¿esto era? ¡Por fin he llegado a casa! ¡Por fin!”. Nadie como él entiende a todas las personas, de diversas edades y géneros, que quieren “recuperar la intimidad con uno mismo a través de la palabra, el juego y la imaginación”.


Porque, como recuerda Javier, “desde el momento en el que uno se planta y decide quedarse un rato consigo mismo se está enriqueciendo. Mientras escribes, imaginas y juegas, conectas con un yo mucho más verdadero que, en estos tiempos, corre mucho riesgo de perderse”. 


Ferviente defensor de leer obras de todos los géneros, de todos los estilos, provenientes de todo tipo de culturas, recibe a El Mirador para acercar su mirada pausada sobre la escritura. 



Javier Sagarna, director Escuela de Escritores


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Quien lee y escribe vive mucho más, su vida y las de todos los seres que encarna cuando abre un libro o, de manera aún más intensa, cuando lo escribe.
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El Mirador: ¿Qué lleva a una persona, con una carrera y una vida alejada del mundo de las letras, a querer aprender a escribir?


Javier Sagarna: Yo siempre he pensado que la escritura es un acto de intimidad con nosotros mismos, con aquello que somos y queremos decir. En este momento, para ser y decir utilizamos unos canales, las redes sociales, en los que prima la superficialidad, lo instantáneo, el mensaje rápido, directo o el número de seguidores. Sin embargo, hay un grupo de personas para las que no es suficiente, gente que da un paso atrás y decide buscar algo más verdadero. 


Escribir es una manera de hacerlo, pues, muchas veces, ese algo más verdadero requiere de una historia para poder sacarlo de ti. Además, escribir significa también darle una cancha a la imaginación que, en este mundo hiperconectado y puritano, parece que tiene muchas contraindicaciones y nos obliga a tener mucho cuidado con lo que imaginamos o decimos. Sin embargo, cuando uno llega a la escritura creativa todo está permitido, está bien imaginar, equivocarse, conectar con aquello que nos duele y tratar de darle forma, así como las muchas maneras de dotarlo de esa forma. 


Ocurre que, poco a poco, algunas personas han ido encontrando un refugio a un mundo que nos come de superficialidad, mientras que la escritura es un espacio en el que podemos conectar con nosotros mismos, estar en intimidad a través de la palabra y conectar con otros a través de nuestras historias o poemas.  


E.M.: ¿Qué es lo primero que descubre un estudiante cuando llega a una escuela de escritura?


J.S.: Un contexto muy distinto del que suele ser el mundo normal debido a nuestra forma de trabajo: el método del taller. Nos sentamos alrededor de una mesa, todos al mismo nivel y la única jerarquía la marca el conocimiento del profesor, que sabe más y, por ello, tiene algo que dar. Formamos parte de un grupo en el que se está compartiendo y en el que se establece algo que hoy es un bien escaso y que me parece fundamental: un diálogo. 


En el grupo de escritura se aprende a través del diálogo: yo leo lo mío, escucho lo que me tienen que decir, no me lo tomo a mal, no me defiendo inmediatamente, no trato de darle un corte o un zasca a nadie. Escucho a mis compañeros, que son lectores, a mi profesor, que viene a ser un crítico, y recreamos el ecosistema de la literatura. Y mis compañeros escuchan mis opiniones sobre sus textos y las utilizan también ellos para crecer como escritores. En definitiva, aprendemos a través del diálogo, utilizamos la opinión del otro para mejorar, le damos una nueva vuelta, escuchamos y nos escuchan. Más o menos lo contrario de lo que está ocurriendo ahora mismo en el mundo. 


A ello se une el amor por la literatura. A la mayoría de los que llegamos alguna vez a un taller de escritura siempre nos gustó escribir, siempre nos gustó leer, y nos hemos sentido un poco marcianos porque no hay mucha gente con la que hablar de libros, de escritura o para ir a una presentación… Y eso es lo que encontramos en la escuela, a nuestros iguales, esa sensación de haber llegado a casa de la que hablaba antes. 


Lectores, escritores, gente que no necesita dar una opinión rápida sobre todo, que prefiere meditar, profundizar, aprender y jugar. Porque hay un componente muy importante en los libros que es el juego, también la investigación, el pensamiento, el trabajo constante hecho con pasión… La literatura es libertad y eso es lo que se encuentra quien llega como alumno a una escuela de escritores: diálogo, compañía, amistad basada en una pasión común y libertad. Mucha libertad y un lugar dónde disfrutarla: la escritura. 




E.M.: Son estudiantes de escritura de diferentes edades, géneros y países a los que solo une la pasión que sienten por las letras…


J.S.: Eso es lo mejor. Cuando entras en clase te encuentras con esa variedad de alumnos y te das cuenta de que no es ningún obstáculo para el diálogo, sino que, al contrario, genera un enriquecimiento real. En torno al amor por la literatura y el deseo de escribir se genera un diálogo intergeneracional y entre personas de diversos países, géneros y extracciones sociales, algo que, por otro lado, siempre ha hecho la literatura. Al acercarnos a los clásicos estamos leyendo a alguien que viene de otra cultura, de otro tiempo, y eso nos ayuda a vivir muchas más vidas dentro de la que nos ha tocado vivir. 


Fundamentalmente lo que hace que toda esa gente quiera escribir es que a ninguno de nosotros nos basta con una sola vida. Quien lee y escribe vive mucho más, su vida y las de todos los seres que encarna cuando abre un libro o, de manera aún más intensa, cuando lo escribe. 


E.M.: Habla de amor por la literatura ¿está aumentando el interés por los libros?


J.S.: Nosotros no hemos dejado de crecer desde 2003, cuando abrimos las puertas de Escuela de Escritores. Pero más allá de nuestro caso, los editores sí que nos cuentan que cada vez se escribe más, se edita más y se vende más. Otra cosa es que se lea más.


Lo que sí que creo es que está creciendo el número de personas que se van uniendo a esta forma de vida más lenta, pausada, a la que pertenecen los libros, pero también los discos de vinilo o el teatro. Se vuelve a la literatura, a esa vida menos agitada, más real, más conectada con uno mismo. Cuando uno lee un libro no está solo abriendo los ojos y dejando que le cuenten algo, está trabajando con ello, está pasándolo por sí mismo, está recreando su propia historia a partir de lo que le cuentan en esas páginas. Algo, por cierto, muy similar a lo que ocurre cuando se escribe, solo que, en ese caso, las páginas están en blanco y nos toca a nosotros la tarea del creador. 


E.M.: ¿Qué impacto tiene para la escritura que seamos una sociedad 100% audiovisual? ¿Estamos perdiendo nuestra capacidad de imaginar o crear nuevos mundos?


J.S.: Yo creo que simplemente somos más audiovisuales en nuestra creación. Si pensamos en una novela del siglo XIX, empezarían la historia diciendo algo así como “llegaron y pararon en la entrada. La casa era…”, y el autor/a se podría pasar tres páginas explicando cómo era aquel lugar mientras la acción de los personajes permanecía detenida. Ahora, un lector percibe perfectamente ese corte, que los personajes se han quedado congelados y que no está pasando nada mientras nos describen la casa y lo que suele ocurrir es que o no se lee la descripción o lo hace en diagonal hasta que se vuelva a poner en marcha la acción. En consecuencia, el escritor se ha acostumbrado a no pararse, a mantener al lector interesado, haciendo que la literatura haya incorporado algunas características de lo audiovisual.


Ahora bien, que sea más audiovisual no significa que hayamos perdido imaginación, pero sí creo que hemos perdido ingenuidad, porque algunos elementos han tenido su tiempo y han perdido su energía. Pero en lo que respecta a la imaginación no, no pienso que exista una crisis de imaginación, creo que existe una crisis de imaginación algo selectiva, en el sentido de que nos cuesta mucho imaginarnos mundos mejores. Tenemos la sensación de que vivimos en un mundo distópico, que no funciona, y todo lo que nos imaginamos es peor, lo que de alguna manera valida el mundo actual. 


Pienso que hay que atreverse a escribir utopías, como se hizo en otros momentos, que no significa que puedan funcionar o que tengan que acabar bien, pueden terminar fatal, pero es un pensamiento positivo que nos lleva a cuestionar el mundo actual, porque imaginamos uno mejor. 

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