image image

¿Eres mayor de edad?

Está a punto de entrar a un sitio web titularidad de Mahou San Miguel cuyo contenido se dirige únicamente a mayores de edad. Para asegurarnos de que sólo es visible para estos usuarios hemos incorporado el filtro de edad, que usted debe responder verazmente. Su funcionamiento es posible gracias a la utilización de cookies técnicas que resultan estrictamente necesarias y que serán eliminadas cuando salga de esta web.

Selecciona un país

clear
La urgencia del placer. Miguel Gane La urgencia del placer. Miguel Gane

Creadores - Cultura

La urgencia del placer. Miguel Gane

Lo decía Epicuro: ‘el placer es el principio y el fin de una vida feliz’. Y yo estoy de acuerdo.

Ante la invasión de los mandatos que ha traído este Siglo XXI, urge la búsqueda inmediata del placer. El placer como contracultura, el placer como bandera frente al totalitarismo de la idea del sacrificio desmesurado, del pensamiento absurdo del más, es más. 


A partir de cierta edad, la presión social exige cumplir con sus disposiciones: tener hijos, comprarse un piso, hacer dieta, entrenar un determinado número de horas al día. Por no hablar de ese ideario descabellado, ese producto salvaje que han vendido acerca del sobresfuerzo laboral como camino hacia un mejor puesto, hacia un mejor sueldo, hacia una mejor calidad de vida, que, en realidad, tan solo oculta una gran infeliz. Como si fuéramos boxeadores amateurs, se nos coloca contra unas cuerdas para recibir golpe tras golpe con el fin de que no podamos, en ningún momento, mirarnos al espejo y preguntarnos: ¿esto es lo que, realmente, quiero hacer? 


Levanto la vista y veo una generación que se debate entre terapias psicológicas, clínicas de implantaciones capilares, antidepresivos y escasez. Escasez desde todos los puntos de vista. En el amor, en las relaciones sociales, en la nevera, en la cuenta bancaria. El placer ha desaparecido de la ecuación, se ha convertido en algo del pasado, un dulce que degustábamos de niños y que ha dejado de fabricarse delante de nuestras narices. ¡Y nadie ha movido ningún dedo!



El placer va más allá de tomarse una caña con amigos, más que un concierto o veinte días de vacaciones en Benicàssim. Más que colgar una historia en el restaurante de moda de Madrid o hacer yoga al amanecer, en una playa de Maldivas. El placer debe coexistir en la conciencia, debe alinearse con la virtud, el placer no debe ser capitalista ni moverse bajo un precio, sino que debe imperar sobre la presteza del mundo que creamos, siendo el elemento diferenciador sobre aquellas cosas que nos mueven y que nos hacen ser lo que somos. El placer debe ser como la gasolina de los coches, debe dibujar el futuro de tal manera que no exista más camino que el camino que estás transitando.


También se debe tener conciencia, es cierto, de que este placer no debe ser extremo, sino que debe cumplir con determinados cánones morales -si tu deseo es ir desnudo a un funeral no lo hagas- y determinadas reglas -si anhelas escuchar techno a todo volumen a las tres de la madrugada, un martes, en tu piso de cuarenta metros, déjame decirte que, probablemente sea una mala idea-.


‘Ser epicúreo implica vivir en las emociones, minimizando el sufrimiento, librándose del dolor y comprendiendo el placer como algo bueno’, decía el escritor Alexis Racionero.


Ser epicúreo implica dedicarte a un trabajo que te haga sentirte pleno, gozar de un amor que te ofrezca paz, de una familia -sea la que sea- que te entregue comprensión y apoyo, de un hogar en el que habite la gratitud o de una mente donde reine la serenidad. Y todo lo que oprima esto, debe desaparecer. 



Sé que es difícil, comprendo que esta concepción pueda sonar irreal, imposible, inventada, y que alcanzar el autocontrol total sea algo no prioritario -porque lo prioritario y preocupante es poder llenar la nevera y pagar la luz y el agua a fin de mes-, pero el ejercicio de reflexionar, de enfrentar la incertidumbre, de reconocerse alejado de la felicidad, de la plenitud, es tan gratuito como cerrar y abrir los ojos.


Tal vez, el primer paso a dar sea deshacerse del miedo a querer ser otra cosa y a librarte de ese papel que estás interpretando y que no te gusta nada -soy esto porque es lo que me ha tocado ser-, sea suprimir algunas de las cosas que te duelen -un amigo tóxico, una pareja o, simplemente, una mala palabra que no has conseguido quitarte la cabeza-, sea enfrentar la pena desde el aprendizaje -me pone triste tirar esta camiseta vieja, pero la voy a tirar porque me retiene en un recuerdo que deseo olvidar-, o permitirte el lujo de despedir a la preocupación, al menos por un rato y cada día un poquito -no voy a pensar, al menos durante cinco minutos, en que mañana me esperan los problemas en la oficina-.


 ‘Nadie es demasiado viejo como para cuidar su alma’, proseguía Epicuro en una carta a Meneceo. Y es cierto, a vivir nunca se llega tarde. 


Compartir