Bing Crosby, Frank Sinatra, Tony Bennet, Michael Bublé… Intérpretes con un sello exclusivo en la voz: vibrante, grave, profunda y sensual. Los grandes crooners han brillado por un dominio preciso de la técnica vocal, cualidad que les convierte en herederos de las estrellas del Bel Canto y de los cantantes de jazz.
Por Raúl RearMachine
La historia de estos cantantes ha estado marcada por un éxito creciente a partir de los años 30, el fanatismo descontrolado de las jóvenes durante la década de los 40 y, cómo obviarlo, los vínculos con la mafia desde la entrada en escena de Sinatra, relacionado con la Cosa Nostra desde que actuara para su plana mayor, Lucky Luciano incluido, en el Hotel Nacional de La Habana en 1947.
El término crooner, de origen norteamericano, toma como referencia el verbo ‘to croon’, que significa hablar o cantar, con voz suave, especialmente sobre amor. Inicialmente, la acepción tuvo un matiz despectivo y se empleó para referirse al estilo de Gene Austin, uno de aquellos trovadores que copaban las listas de éxitos de EEUU en los años 20. Austin supo reinterpretar jazz vocal desligándolo de sus raíces afroamericanas e inventando el fraseo jazzístico del pop blanco.
La eclosión del crooning fue posible gracias al crecimiento de la radio y al empleo de la electricidad en la amplificación vocal. Nadie entendería la figura del crooner desprovisto de su micrófono de cinta, que además de permitirle ser escuchado por todo un teatro sin renunciar al tono íntimo, complementa su pose clásica sobre el escenario. Hasta entonces, los cantantes debían proyectar la voz para llenar los auditorios, requisito que chocaba con la idea de una voz tenue interpretando temas románticos. Además de Austin, los historiadores citan a Al Bowlly, Art Gillham “el pianista susurrante”, Vaughn De Leath y a Rudy Vallee, quien alcanzó el éxito con sus Connecticut Yankees, como los precursores del género. Curiosamente, De Leath, una de las escasas representantes femeninas del estilo, popularizó en 1927 una versión de ‘Are you lonesome tonight’ que mucho después triunfaría gracias a Elvis Presley.
La etiqueta de crooner pasó rápidamente a constar en el currículo de muchos intérpretes con inclinaciones románticas y, como en tantas otras ocasiones, su propagación causó rechazo. En los años 30, el cardenal de Boston, William O’Connel, llamó a los crooners “llorones y quejicas que contaminan el aire con una forma de cantar degenerada”. “Ningún americano de verdad practicaría ese arte degradado”, argumentó. El New York Times, por su parte, le auguró escaso futuro.
Hablamos de la época en la que debutó Harry Lillis Crosby, quien con 23 años rezumaba jazz y pose canalla a partes iguales. Según sus biógrafos, aquél chaval, que acortaría su nombre hasta dejarlo en Bing, fue el primer blanco de los Estados Unidos con verdadera actitud. Para horror de los ortodoxos, popularizó el scat, ese tarareo sin significado concreto, y explotó un estilo cercano, sencillo, atractivo y relajado. Fue la primera gran estrella crooner y su influencia sobre la música del siglo XX fue impresionante. Su éxito en la CBS fue tal que la NBC buscó una figura para hacerle sombra. El elegido fue el violinista y cantante Russ Columbo, un prometedor intérprete al que un accidente impidió ocupar el trono del crooning. Lansing Brown Jr., un fotógrafo amigo suyo, manejaba una pistola que se disparó y el proyectil, rebotado, acabó con su vida.
A lo largo de los siguientes años, los crooners se rodearon de big bands y continuaron cosechando éxitos, sobre todo entre el público femenino. Había pasado el tiempo y, mientras Crosby se dejaba seducir por el country, la delgadísima figura de Frank Sinatra llegó para dar color a los años 40. La banda de Tommy Dorsey lo fichó tras de comprobar su hipnótico efecto sobre las adolescentes pero, tras años de carrera conjunta, Frankie pidió volar en solitario. Las malas lenguas aseguran que la intervención del mafioso Willie Moretti ayudó a disolver la sociedad, extremo al que Dorsey se oponía. “Espero que te caigas de culo” le espetó Tommy a Frank, pero su deseo no se cumplió. El publicista George Evans vio el filón y se asoció con él para exprimir su potencial. Le apodó “La Voz” y, bueno, el resto es historia.
Se dice que Crosby llegó a pagar al gangster Bugsy Siegel, el impulsor de Las Vegas, 10.000 dólares por asuntos relacionados con el juego, pero el crooner que realmente desarrolló una relación de afecto con los jefes del hampa fue Sinatra. La mafia le adoraba y él, además de actuar para ellos, controlaba empresas que ejercían de tapadera e intervenía en todo tipo de manejos. Así transcurrieron los años 40, con los adolescentes norteamericanos blancos frecuentando los garitos de jazz y mezclándose con los chicos negros mientras las chicas practicaban en sus dormitorios los desmayos que ejecutarían en los conciertos de Sinatra. Los crooners seguían siendo los máximos representantes de la música popular, pero ya compartían espacios con el swing blanco y el boggie-woogie negro. Se avecinaban cambios.
Y llegaron los 50. Un momento difícil para Sinatra, que había sufrido una hemorragia en las cuerdas vocales y trataba de salir a flote de su naufragado matrimonio con Ava Gardner. Su carrera se tambaleaba cuando recibió el guión cinematográfico de ‘De Aquí a la Eternidad’. Frankie, que conservaba intactas sus amistades italianas, vio su tabla de salvación en el personaje de Angelo Maggio y reclamó el papel, pero el productor del filme, Harry Cohn, quería al actor Elli Wallach. Una breve conversación entre Cohn y un jefe de la mafia acabó con Sinatra en el reparto, aunque el incidente tuvo su repercusión. Todo aquello inspiró una célebre escena de la la película ‘El Padrino’ (1972), la misma en la que el productor Jack Woltz acepta incluir al cantante Johnny Fontane, ahijado de Don Corleone, en un rodaje después de descubrir una cabeza de caballo cortada en su cama…
El crooning siguió manteniendo el tirón de la mano de Sinatra, quien aupó al estrellato a sus amigos del rat pack, como Dean Martin o Sammy Davis Jr. Por aquellos años, otros artistas como Tonny Bennet o Engelbert Humperdink supieron rentabilizar igualmente la ola de los crooners, pero cada vez resultaba más evidente que el rock and roll había llegado para quedarse. A partir de 1954, el género fue cediendo parcelas de poder en favor del r’n’r y diversos artistas que hasta ese momento habrían encajado en el estilo, como Perry Como o Matt Monro, pasaron a abrazar la etiqueta del easy listening.
Pese a todo, el género nunca llegó a desvanecerse del panorama musical y supo adaptarse a los nuevos tiempos. En la actualidad, algunos artistas han apostado por mantener la esencia clásica, como Michael Bublé, Harry Connick Jr., Robbie Williams o Jamie Cullum. Otros, como Sam Smith, han abierto de par en par los horizontes del género e intérpretes femeninas, como Diana Krall, han aprovechado para acercar sus voces a este territorio sin renunciar a la elegancia del jazz.
Imágenes | Unsplash
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