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Los ingredientes del amor a fuego lento. Marta Soliño Los ingredientes del amor a fuego lento. Marta Soliño

Creadores - Cultura

Los ingredientes del amor a fuego lento. Marta Soliño


Sobre el plano amoroso y de relaciones humanas, el nuevo paradigma de la velocidad e inmediatez contrasta con el deseo de satisfacción vital estable y prolongada en el tiempo. Claro que, una vez más, esto es algo que he empezado a observar después de atragantarme varias veces con la prisa. 


Berta y Diego llevaban unos tres años juntos. Se conocieron en la fiesta de inauguración del piso de soltera de ella, justo antes de que dejara de serlo. La vida puede ser muy irónica. Berta y yo somos amigas desde que tengo uso de razón, es una de esas chicas que te contagia su alegría sin pretenderlo. Además, es extremadamente atractiva. Por su mirada, un arma arrojadiza, y por su condición de inalcanzable que a muchos les supone un reto estimulante.
Aun así, tiene ese tipo de belleza anónima que se agranda en su inocencia. Diego, a su vez, es muy amigo de Juan, mi novio. Así que aquel día planeamos presentarles con afán de que se gustasen. Y, efectivamente, se gustaron. Son tan compatibles que asusta, hasta el punto de generar cierta desesperanza a quienes les rodean.


Juan y yo llevamos cinco años juntos, nos conocimos en una discoteca cutre para gente con personalidad, así lo cuento cada vez que me preguntan. Nunca tuvimos prisa en enamorarnos, quizá por eso las cosas nos han ido bien dentro de lo humanamente posible.


Ahora que ellos dos lo han dejado, Berta siempre bromea con el título de un libro de Fréderic Beigbeder que le regalé justo el día de aquella fiesta, «El amor dura tres años». Otra gran ironía que inevitablemente me hace sentir un poco culpable. En su caso el autor atinó de lleno, pero lo cierto es que mi amiga no dedicaba a cultivar su amor más de lo que dura una cerveza en la cena. Antes de consumar cada etapa de su relación ya estaba pensando en cuál sería el siguiente paso, en el siguiente check de su lista vital infumable. Claro que al principio parecía que todo iba viento en popa; millones de planes, besos, risas, que si mudarnos juntos, que si prometernos, que si bailar al ritmo de la frenética pasión que nos mueve casi por inercia. Hasta que de pronto se quedaron sin motivos de lo rápido que los malgastaban. 



El otro día Juan y yo nos encontramos a Diego en un bar, estaba solo. Hacía tiempo que no le veíamos, así que nos sentamos un rato en la misma mesa ante su insistente invitación. Nos contó que se había cambiado de trabajo, que se había apuntado a crossfit -pellizqué a Juan por debajo de la mesa, siempre le digo que el crossfit es el nuevo pádel, otra secta del mismo calibre-, hasta nos enseñó fotos de su cambio físico en el móvil en un intento desesperado de que le hablase a Berta de lo fuerte que se está poniendo su ex. Obviamente no lo hice. El hecho de que solo haya pasado un mes desde que se separaron me hace pensar que ese largo listado de cambios que Diego introduce alegremente en su rutina, para superar la ruptura lo antes posible, solo es un reflejo de cómo fue su relación. Inconsciente, aunque romántica, y fugaz. 


Antes de despedirnos Juan le pone la mano en el hombro y le pregunta que cómo está, se refiere a cómo está realmente, al margen de todas las novedades con las que pretende camuflar su dolor torpemente. Él se queda unos segundos callado mientras observa las burbujas de su cerveza. La verdad que no lo sé, no me he parado a pensarlo, responde. Entonces mi novio me da las llaves de casa y me sonríe de manera cómplice en señal de que puedo irme cuando encuentre la excusa perfecta. Pide una Alhambra para él y otra para Diego. Acerca su taburete al suyo y empieza a indagar poco a poco en sus sentimientos. 



Me quedé un rato observando la intensidad de aquella conversación, la forma en la que Juan iba desmigando el pensamiento de su amigo y que hasta parecía también servirle a él para descubrirse en algunos aspectos.


Me fui a nuestra casa caminando, no tenía ninguna necesidad de coger el autobús para llegar cuanto antes y así poder tirarme en el sofá a ver la serie a la que estoy enganchada últimamente. No quería desconectar ni enajenarme. Me apeteció reflexionar sobre mi vida mientras veía pasar la de otros desconocidos. Sobre mi relación, el hecho de que compartía mi vida con alguien que cinco años después sigue conociéndome, averiguando nuevos matices. No por falta de interés, si no por renovación y fantasía. Los ingredientes que alargan la vida y, por tanto, el amor. 

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