La revista Vanity Fair publicaba la exclusiva el pasado 20 de mayo. Confirmaba el descubrimiento de una histórica tercera fotografía en la que aparecía el rostro de Robert Johnson, el músico que, según la leyenda, viajó al cruce de caminos y pactó con el diablo a cambio de alcanzar la excelencia como bluesman.
Por Raúl RearMachine
A lo largo de los años se habían presentado diversos documentos gráficos como presuntos retratos del artista, pero lo cierto es que hasta este año sólo se tenía constancia de dos imágenes verificadas. Esta nueva foto muestra, en tono sepia, a un joven y sonriente Johnson sosteniendo una guitarra Gibson en las manos. Tanto el instrumento, como la camisa y los tirantes que luce, llevan a pensar que podría formar parte de la célebre sesión fotográfica en la que se le inmortalizó con un cigarrillo en la boca.
Robert L. Johnson era un músico mediocre, tirando a malo. A finales de los años 20 frecuentaba los juke joints, cantinas en las que se tocaba el blues, ‘la música del diablo’, y trataba de impresionar a la audiencia con sus canciones. Son House era uno de los músicos más respetados de la escena en aquél momento y recordaba cómo, alrededor de 1931, Robert solía merodear por los locales pidiéndole la guitarra para tocar durante los descansos. Afirmaba que la armónica se le daba bien, pero que lo suyo con las seis cuerdas dejaba mucho que desear. Tanto, que los parroquianos se quejaban en cuanto comenzaba sus interpretaciones. Un buen día, Robert desapareció. Nadie supo de él durante meses. Cuando regresó, en 1932, abrió la puerta de una de aquellas cantinas, sacó su guitarra y tocó como nadie lo había hecho hasta ese momento. Una técnica nueva, desconocida, y una afinación extraña del instrumento que dejó a todo el mundo con la boca abierta. Se convirtió, instantáneamente, en el mejor bluesman del mundo y surgió la leyenda: había acudido al cruce de caminos, en Clarksdale, entre la Highway 61 y la 49, y le había vendido su alma al diablo a cambio de obtener el talento para tocar el blues. Cuando murió envenenado, en 1938, su legado se resumió en 41 grabaciones, 29 de ellas canciones legendarias, y tres fotografías. Nacido en 1911, su fallecimiento le convirtió en el primer miembro del denominado ‘Club de los 27’. Suficiente para cambiar la historia de la música para siempre.
El propio Robert se afanó en alimentar la leyenda. Sus letras hablaban del diablo, de cómo le acompañaba al caminar o de cómo sus perros le perseguían en la oscuridad de la noche. Había tomado como referencia la música de su ídolo, Son House, y la había hecho evolucionar hasta el punto de dejar sin argumentos al mentor. Tomó su estilo sincopado y lo pobló de contrapuntos, tresillos y glissandos que dialogaban con la voz principal. Era, por primera vez en la historia del blues, como si sonaran dos guitarras a la vez. Para lograr este sonido creó el estilo picking, en el que los dedos de la mano derecha tocan simultáneamente las cuerdas bajas acompañantes. Nadie era capaz de explicarlo. Por si eso fuera poco, además de la afinación estándar, Johnson utilizó otras tres diferentes para sus grabaciones. Se había convertido en un maestro.
La guitarra que luce en la primera de sus dos fotografías consideradas históricas, la imagen de estudio en la que viste traje y sombrero, es una Gibson Guitar Corporation Model L-1. Probablemente se la prestaron en el estudio en el que se tomó la instantánea, la tienda de fotografía Hook`s Brothers, en la calle Beale de Memphis, ya que sus allegados aseguraban que habitualmente empleaba guitarras Stella y Kalamazoo, y que tenía una National Resonator con una primera cuerda adicional. En la segunda imagen, en la que aparece fumando un cigarrillo, los expertos creen que muestra una Gibson Kalamazoo KG-14. Presuntamente, la misma guitarra que emplearía para grabar sus únicas 29 canciones entre 1936 y 1937.
Johnson tocaba a cambio de propinas y se movía de forma itinerante por la zona del Delta. Su vida fue una sucesión de desgracias. Nació en Hazlehurst, en 1911, y su padre fue un jornalero llamado Noah Johnson, quien dejó embarazada a su madre cuando su marido, el carpintero Charles Dodds Jr., huyó temporalmente del pueblo escapando de una presunta amenaza de linchamiento. En 1929 contrajo matrimonio con Virginia Travis, de 16 años. Pronto se quedó embarazada y, cuando llegó el momento, fue a casa de su familia para dar a luz. Robert siguió ejerciendo de músico callejero, ganando algún dinero y cubriendo el itinerario que le llevaría al encuentro de su esposa, pero cuando finalmente alcanzó su destino se encontró que madre e hijo habían fallecido en el parto. Se casó una segunda vez, con Esther Lockwood, con quien tuvo un hijo: Robert Lockwood Jr. Sin embargo, la familia le rechazó por dedicarse a tocar el blues, un género denostado por los predicadores. Robert Jr. no conoció la verdadera identidad de su padre hasta la edad adulta.
Sólo protagonizó dos sesiones de grabación, en San Antonio y Dallas, ambas para la American Record Company, ARC. La primera tuvo lugar en el Gunter Hotel en tres jornadas diferentes: 23, 26 y 27 de noviembre de 1936. Se grabaron 16 canciones, aunque tres más y numerosas tomas alternativas permanecieron guardadas, sin publicar. El primer corte fue ‘Kind Hearted Woman Blues’. El 19 y 20 de junio se produjo la segunda sesión, esta vez en un almacén de la ARC. En esta ocasión se realizaron 13 grabaciones, 10 de las cuales se publicarían a lo largo de 1937 en discos de 78 rpm. La temática de sus canciones oscilaba entre lo sexual, lo festivo y lo religioso, y la leyenda cuenta que tocó todas y cada una de ellas mirando a la pared, para que nadie viera su cara mientras interpretaba. Todas las canciones originales, los descartes y las tomas alternativas fueron recopiladas en 1990 por el sello Columbia dentro del álbum ‘Robert Johnson, The Complete Recordings’.
David ‘Honeyboy’ Edwards, otro de los puntales de la escena blues del Delta del Mississippi, recordó durante toda su vida el periodo en el que Johnson desapareció del mapa y regresó como virtuoso. Después de aquello, recorrieron juntos el área de Greenwood durante todo 1937 y la mitad de 1938. Tocando, bebiendo, jugando y dedicando a las mujeres casi todo el tiempo en el que no ejercían de bluesmen. Johny Shines fue otro de los artistas que tuvieron la suerte de acompañar a la leyenda a lo largo de su breve y nómada carrera.
Corría el verano de 1938 cuando Honeyboy y Johnson se encontraban tocando de forma alterna en uno de los mejores locales de Greenwood, Mississippi, y en un cercano tugurio de Three Forks. El viejo bluesman contaba que llevaban allí dos semanas y que Johnson había entablado algo más que amistad con la esposa del dueño del garito. En la noche del sábado 13 de agosto, Honeyboy se presentó en el local justo después de que el cantante Sonny Boy Williamson II y Robert Johnson hubiesen acabado sus respectivas actuaciones. Explicaba cómo, en un momento determinado, alguien plantó una botella de whisky en la mesa de los músicos y que cuando Johnson se disponía a cogerla, Sonny Boy la tiró contra el suelo alertándole de que el precinto estaba abierto. “Nunca bebas de una botella abierta”, le dijo. “Nunca me vuelvas a quitar una botella de whisky de la mano”, replicó este mientras le daba un buen trago a la segunda botella que apareció, con el sello igualmente roto, sobre la mesa. Aunque los primeros signos de intoxicación fueron inmediatos, tardaría dos días en morir envenenado.
La música de Robert Johnson influyó directamente sobre la de Howlin’ Wolf y Mudy Waters, padre del Chicago Blues y una de las principales influencias primigenias del rock and roll. Músicos de la talla de Eric Clapton, Bob Dylan o Jimi Hendrix le rindieron tributo y se dice que a principios de los 60, Keith Richards mostró a Mick Jagger una de sus grabaciones. El cantante preguntó por la línea de bajo y Richards, entre risas, le explicó que no había bajista, que era el mismo Johnson quien hacía la frase de bajo con el pulgar en las cuerdas graves mientras tocaba la melodía en las agudas. En 2012, la revista Rolling Stone situó ‘The Complete Recordings’ en el puesto 22 dentro de su lista de los 500 mejores discos de todos los tiempos.
La vida y la leyenda de Robert Johnson han quedado parcialmente reflejadas en películas como Crossroads (Walter Hill, 1986) o en O Brother (Joel y Ethan Coen, 2001), cinta en la que el propio bluesman acompaña a los protagonistas durante un breve trayecto en coche y les habla de su pacto con el diablo. Existen muchos documentales sobre el legado y la influencia de Johnson, entre los que destaca ReMastered:Devil at the Crossroads, actualmente disponible en Netflix.
Imágenes | unsplash.com
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