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La estructura cambia, la esencia no: cómo la generación Z teclea y escribe La estructura cambia, la esencia no: cómo la generación Z teclea y escribe

Creadores - Cultura

La estructura cambia, la esencia no: cómo la generación Z teclea y escribe

En un momento donde reina la hiperconexión, millennials y zetas redefinen los espacios donde compartir su escritura

Desde pequeña siempre quise escribir. Con ocho años hilé un poema para la persona que me gustaba que nunca llegué a entregar y mis padres pensaron que convivían con una gema por pulir. Inventaba historias inspiradas en Torres de Malory de Enid Blyton; fantaseaba con ser una escritora famosa; no lograba ganar certámenes escolares –mi padre una vez escribió la propuesta con la que me presenté sobre una princesa que bebía cerveza– hasta Bachillerato, y a los dieciocho años acabé por abrir un blog donde hablar sobre la intimidad.  

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Ahora tengo una newsletter acerca de periodismo en la que convive la actualidad con mi manera de mirar la profesión.
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La escritura forma parte de mí. Me ha moldeado en lo que soy, y me ha convertido en alguien que teclea cuando está inspirada (en las notas del móvil, en los documentos de Google o en las páginas de Word). También ha pasado a ser la manera en la que entiendo el mundo y el oficio al que quiero dedicarme: la escritura “de interiores”, de verdades, de poemas y novelas. Lorena G. Maldonado define esta manera de escribir como aquella que se ocupa de las grandes catástrofes de la vida, pero también de las grandes victorias y de la gran belleza.

Mientras estudiaba la carrera pensé que existiría un hueco para mis palabras y las de mi generación en algún lugar. Me gustaba imaginar que encontraríamos nuestro sitio en columnas, artículos firmados, guiones locutados, grandes reportajes o entrevistas. Pero la realidad fue otra: la gente de mi edad, la que se ha criado con Patito Feo, mueve el ombligo, mueve oh-oh-oh, milkybars de Nestlé y Disney Channel, ha construido, poco a poco, sus altavoces. De tamaño variable, menos tradicionales y con mayor dominio sobre lo que se publica. Son newsletters, blogs, pódcast, cuentas en redes sociales y directos en Twitch donde, más allá de la actualidad, también tienen cabida las reflexiones sobre todo lo que nos hace ser.



Joana Girona, centennial redomada y crónicamente online, escribía hace poco sobre vivir la vida como “contenido”, cómo clasificamos los pedazos de nuestra existencia por épocas y los damos a conocer a través de las redes sociales. En este texto, incluye una cita especialmente interesante de las investigadoras Jennifer Stokes y Bianca Price en su estudio Social Media, Visual Culture and Contemporary Identity: “La habilidad de comunicarse constantemente [de los millennials y la generación Z] en formas visuales ha creado una generación de nuevos bricoleurs de contenido que se basan en estas herramientas creativas para construir la identidad de múltiples maneras cambiantes”.

La forma de expresar nuestra identidad, al igual que la escritura, ha cambiado con el tiempo. Lo que comenzó con textos en diarios de portadas gruesas decoradas con lazos y cierres con candado derivó en xd y los zumbidos en el chat de Messenger. Tratábamos de tejer un mensaje con sentido en 160 caracteres, alternábamos mayúsculas y minúsculas sin espantarnos por el resultado óptico y publicábamos frases inspiradoras y cargadas de intención en los estados de Facebook y Tuenti. Hoy en día es habitual acceder a la intimidad de los demás a través de los stories en Instagram –“¿A quién dedicará esta canción?”–, las charlas en pódcast o los vídeos en TikTok.

La book scout Leticia Vila-Sanjuán habla en los pies de foto de sus imágenes de Instagram sobre el momento en el que somos conscientes de ser felices –nunca en ese instante, pero sí después– o acerca de la montaña rusa de emociones que comporta vivir en Nueva York. Aunque ahora escribe una columna en la revista S Moda, Leticia no ha necesitado de un lugar tradicional como es una publicación en papel para dar voz a sus pensamientos y conseguir que tantos de sus seguidores empaticemos con aquello que explica.

A su vez, TikTok es ya un espacio donde la literatura y la poesía se dan la mano con lo viral. Antes de que Patricia Fernández se consagrara como tiktoker de referencia en el ámbito cultural, Paty era una periodista joven intentando hacerse un hueco en el periodismo tradicional. Le interesaban los derechos humanos, la cultura y la literatura clásica. Después de estudiar durante siete meses la mecánica de la red social, plantear una estrategia de redes sociales para comunicar cultura en su TFG y que desde la universidad tumbaran la temática, se atrevió a hacerlo. “En los medios tradicionales había una serie de temas que no tenían cabida, porque los códigos están muy marcados. Y romper esa barrera, a no ser que tengas un nombre, es muy complicado”, afirma.


Paty, hecha a la radio y a los libros, ha logrado difundir las historias y escritos de Federico García Lorca, Mary Shelley o Isabel Allende a través de vídeos cortos, cargados de sensibilidad y mucha guasa. De hecho, en su vídeo más viral recita un poema escrito por ella. “Las redes sociales tienen unos ritmos y la escritura y la literatura tienen otros, pero al final siempre se encuentran”, explica.

Pienso en cuándo comenzamos a desarrollar nuestro discurso a través de una arquitectura distinta y cómo esa nueva edificación puede seguir resultando poética e inspiradora, a pesar de ser algo virtual y no tangible. Paula Ducay e Inés G. Hernáez saben bien a lo que me refiero. Cuando eran estudiantes de Filosofía decidieron crear Punzadas, un espacio donde reflexionar sobre la intersección entre filosofía, amor y cultura a través de cartas semanales. Han creado un pódcast, y organizan clubes de lectura y talleres literarios con el propósito de compartir las conclusiones a las que llegan (o el proceso hasta alcanzarlas).

El fin de la escritura es el mismo: escribir para remover; leer para evadirse o aprender. La escritura despojada de las estructuras clásicas sigue siendo escritura.

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