¿Alguna vez te has visto sorprendido por una canción que se queda instalada en tu cabeza sin saber por qué?
Por Cervezas Alhambra
Esos fragmentos pegadizos que se adhieren a nuestra mente como un eco incesante son lo que los expertos denominan earworms, gusanos auditivos o INMI (siglas de Involuntary Musical Imagery), un fenómeno que se explica, entre otros motivos, por el efecto Zeigarnik: la tendencia psicológica a recordar con mayor intensidad las tareas que nuestro cerebro interpreta como incompletas. Cualquier canción con una melodía repetitiva o que carezca de una conclusión evidente puede disparar este mecanismo, dejándonos en un estado de búsqueda constante de resolución. Si en algún momento de tu vida te has preguntado por qué no paras de tararear ‘Despacito’ de Luis Fonsi, ‘La Flaca’ de Jarabe de Palo, ‘Ai si eu te pego’ de Michel Teló o ‘We Are The Champions’ de Queen, sabes exactamente de lo que estamos hablando.
La ciencia explica que uno de los motivos que provocan la aparición de estos gusanos auditivos es el no llegar a escuchar una canción completa. Si una canción me resulta machacona y soy incapaz de escucharla al 100%, mi cerebro reacciona entrando en bucle para tratar de completarla. Sentimos la necesidad de buscar un inicio y un fin en cualquier actividad, algo que también se aplica cuando escuchamos música. En consecuencia, las canciones inconclusas disparan el efecto Zeigarnik, bautizado así en honor a la descubridora de este sorprendente proceso mental, la psicóloga lituana Bluma Zeigarnik.
De forma paralela, si te quedas colgado con un tema porque has olvidado parte de la letra o porque eres incapaz de recordar cómo sigue la melodía, tu mente lo detectará como un problema sin resolver y entrará en loop hasta que la duda se solucione y pueda dar la tarea por terminada.
¿Qué tipo de canciones se nos pegan más? Las melodías sencillas. Cuanto más simples, más pegadizas. Por eso el pop tiende a atraparnos más que el jazz. Y lo más curioso es que, como sentimos la predisposición a vincular situaciones con recuerdos y emociones, es normal que diferentes personas compartan un mismo bucle musical frente a una misma circunstancia. La próxima vez que te reúnas con tus amigos prueba a canturrear un fragmento mínimo de alguna canción sencilla que conozcáis todos y disfruta comprobando cómo el efecto Zeigarnik se extiende como la pólvora.
Casi todo el mundo está expuesto a los gusanos auditivos. De hecho existe un estudio al respecto y hoy sabemos que el 89,2% de la población los padece de forma recurrente. Se calcula que el 40% de nuestros pensamientos diarios son involuntarios, como cuando le damos vueltas a si hemos apagado las luces o cuando divagamos sobre cómo era posible que nadie se diera cuenta de que Clark Kent era Supermán con gafas. Pues bien, en el caso de quienes se dedican a la música o de los que consideran que la música es parte importante de su vida, muchas de esas ideas intrusivas son earworms.
El efecto Zeigarnik arroja luz sobre el funcionamiento de los gusanos auditivos, pero no despeja todas las incógnitas. ¿Por qué hay canciones que he escuchado muchas veces, al 100%, que recuerdo perfectamente y pese a todo se me siguen quedando pegadas al cerebro? ¿Es posible que los creadores de música pop diseñen melodías que replican la sensación de tarea inconclusa para provocarnos bucles mentales? Tiremos del hilo de la historia en busca de la respuesta.
En 1947, Nicolas Slonimsky, musicólogo, compositor y poseedor de oído absoluto, publicó un libro titulado ‘Tesauro de escalas y patrones melódicos’ en el cual ofrecía unas cuantas pautas musicales especialmente ideadas para conducir a nuestra mente a la imitación y la repetición. Sus ejemplos de composiciones pegadizas, que acabaron influyendo a artistas tan dispares como John Coltrane o Frank Zappa, no recibieron un nombre específico hasta 1979, cuando el psiquiatra alemán Cornelius Eckert las bautizó como ‘ohrwürmer’. Es decir, ‘earworms’ o gusanos auditivos.
En 2009, Lauren Stewart, directora del programa ‘Music, Mind and Brain’ de la Universidad de Londres, conducía al trabajo y sintonizó el programa de radio ‘earworms’ en la BBC6. Los oyentes llamaban y daban el nombre de la canción que tenían en la cabeza ese día al despertarse. Se dio cuenta de que las canciones pegadizas podían ofrecer información sobre la forma en que la mente procesa las experiencias musicales y pidió a la estación que le compartiera sus datos. Durante los cinco años posteriores a aquel momento analizó toda la información, haciendo especial énfasis en la tonalidad y la melodía.
Stewart descubrió que las canciones pegadizas contienen pasajes con intervalos musicales muy cercanos entre sí y notas largas. En otras palabras, secuencias en las que las notas están próximas dentro de la escala musical, como do, do sostenido y re, y cada nota se mantiene durante un instante antes de pasar a la siguiente. ¿Un buen ejemplo de ello? ‘Waterloo’ de ABBA.
La estructura de un gusano auditivo es universal, desde las composiciones clásicas para piano hasta la canción pop más animada, y sus progresiones pueden trasladarse a cualquier centro tonal según el deseo de cada compositor. ¿Significa esto que todos los éxitos se basan en estructuras del tipo ‘earworms’? Ni mucho menos, pero resulta evidente que muchísimos de los hits publicados por artistas como Lady Gaga, Kylie Minogue o los mismísimos Beatles realizan un uso intensivo de esa fórmula mágica de intervalo y duración.
La música puede transformar nuestros estados de ánimo, revelarnos universos desconocidos y, sorprendentemente, también es capaz de provocarnos complejos bucles mentales. Mientras la ciencia avanza tratando de desentrañar sus misterios más ocultos, nosotros continuamos disfrutando de todas las sensaciones maravillosas que nos transmite.
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