Mozart. Un apellido que nos habla de música, genialidad y prestigio. Wolfgang Amadeus lo paseó por el mundo cosechando fama, gloria y halagos.
Por Cervezas Alhambra
Su producción musical fue impactante, su precocidad, aplaudida mundialmente y su talento reconocido de forma unánime, pero antes de él hubo otro Mozart con habilidades similares o, según algunos, incluso superiores a las suyas. Hablamos de Maria Anna Mozart, hermana mayor del prodigio y, de acuerdo con el testimonio de los historiadores, la auténtica fuente de inspiración para el pequeño Mozart. Pese a haber asombrado a Europa con sus incuestionables dotes musicales, el talento de la joven fue silenciado por su padre en el preciso instante en el que alcanzó la mayoría de edad y su historia cayó en el olvido. El contexto social de la época limitaba enormemente el papel de las mujeres en el arte y su progenitor, Leopold Mozart, decidió apartarla de los escenarios para allanar el camino hacia su matrimonio.
Maria Anna Walburga Ignatia Mozart, popularmente conocida como Nannerl o Marianne, nació en Salzburgo en 1751, cuatro años y medio antes que su hermano Wolfgang Amadeus. Fue una niña muy esperada por la familia, de ahí su apodo: Nannerl. Un nombre de raíces hebreas que puede traducirse como “bendición de Dios”. Sus padres, Leopold y Anna Marie, le inculcaron su amor por la música y a los cinco años ya ejecutaba con soltura piezas complejas al teclado, lo cual le valió el calificativo de prodigio. Se cuenta que podía acompañar con el clave cualquier tonalidad y descifrar fácilmente cualquier acorde, por lo que podría haber sido poseedora de oído absoluto. Leopold la instruyó de forma intensiva a partir de los siete años impartiéndole a diario clases de, como mínimo, dos horas. Por aquella época se convirtió en la figura de referencia para un jovencísimo Wolfgang Amadeus de apenas tres años.
La escuchaba tocar desde que nació. La idolatraba, aprovechaba cualquier oportunidad para verla practicar con el pianoforte y el clavicémbalo, admiraba su talento y aspiraba a ser como ella. Su tenacidad le llevó a seguir sus pasos, interesarse por la música y sumarse al dúo que integraban su padre y su hermana. La fama de los Mozart comenzó a extenderse por todo Salzburgo hasta el punto de que en 1762, cuando los hermanos contaban con 11 y 7 años respectivamente, Leopold Mozart recibió una insólita invitación de la casa real austriaca: la emperatriz María Teresa quería que los tres actuaran ante la corte imperial en Viena.
La cita fue todo un éxito. Los hermanos desplegaron toda su maestría frente a la nobleza del país y su padre tomó una determinación: saldrían de gira por Europa. De 1763 a 1766, la familia se embarcó en un viaje que otorgaría enorme popularidad a los jóvenes Mozart, triunfando en plazas tan complicadas como París o Viena. Nannerl, además de dominar los dos instrumentos anteriormente citados, también demostró manejarse excepcionalmente con el violín y poseer una gran voz, lo cual incrementó aún más si cabe su prestigio y su ‘tirón’ comercial. Muchos de los expertos de la época la consideraron una de las mejores artistas de todo el continente y no dudaron en subrayar que su talento era incluso superior al de su hermano.
Los historiadores aluden a la correspondencia que Amadeus mantuvo con Nannerl para afirmar que existen indicios de que la joven también escribía sus propias composiciones. El hermano pequeño le dirigió varias misivas en las que alababa su obra, calificándola de “hermosa”, y la animaba a seguir componiendo. Lamentablemente, en la voluminosa correspondencia de su padre, Leopold, no se cita en ningún momento ninguna de aquellas creaciones y tampoco se conserva partitura alguna firmada por la joven Maria Anna, por lo cual este extremo no ha podido comprobarse. No obstante, se especula con la posibilidad de que algunas de las composiciones primigenias atribuidas a Wolfgang Amadeus Mozart sean, en realidad, obra de ella.
La meteórica carrera de Nannerl se truncó en el instante en el que cumplió los 18 años. A partir de 1769, no se le permitió acompañar a su hermano en los recitales por haber alcanzado la edad de contraer matrimonio y debía permanecer en casa, junto a su madre. A diferencia de Wolfgang Amadeus, Maria Anna jamás se enfrentó a las órdenes de sus padres y, pese a los deseos de su hermano pequeño, quien le animó a decidir su propio destino, siguió a rajatabla cada una de sus indicaciones sobre aspectos cruciales de la vida. Leopold veía grandes dificultades en que una mujer independiente se ganara la vida como artista y se afanó en buscar un buen partido para su hija. Descartó su propuesta de casarse con un joven profesor privado y se decantó por Johann Baptist Von Berchtold, un acaudalado magistrado. Amadeus, que contaba entonces con 14 años recién cumplidos, continuó actuando en solitario y fueron numerosas las ocasiones en las que manifestó lo mucho que echaba de menos a su hermana sobre los escenarios.
La boda se llevó finalmente a cabo en 1783 y la pareja se estableció en St. Gilgen, una pequeña localidad situada a 25 kilómetros al este de Salzburgo. Nannerl jamás le guardó rencor a su padre, como lo prueba el hecho de que bautizó a su primogénito con el nombre de Leopold. Curiosamente, el abuelo se interesó enormemente por la educación de su nieto desde el primer instante y le pidió a su hija que delegara en él las tareas de formación del pequeño, solicitud a la que accedió. El niño vivió en Salzburgo de forma permanente y, salvo en contadas ocasiones, Maria Anna Mozart no vio a su propio hijo durante años. Únicamente se involucró en su crianza a partir de la muerte de su padre, que tuvo lugar en mayo de 1787. Amadeus, por su parte, continuó enviando a su hermana piezas escritas por él para animarle a continuar tocando y dando rienda suelta a su talento.
Tras la muerte de su marido, Nannerl regresó a Salzburgo y trabajó como profesora de música. Se cuenta que sus alumnos se distinguían por su precisión y exactitud y los historiadores aseguran que, alrededor de 1820, entregó a la viuda de su hermano, fallecido en 1791, toda la correspondencia familiar para que pudiera escribir la biografía del genio de la forma más fidedigna posible. Jamás dejó de practicar ni, muy posiblemente, de componer. Hasta el último momento, Maria Anna Mozart se mantuvo fiel a su verdadero amor: la música.
IMÁGENES | PIXABAY
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