Desde las cumbres más altas de Granada hasta su Costa Tropical se extienden unas 40.000 colmenas que esconden un dulce secreto. Todo un regalo de la naturaleza a la paciencia y al buen hacer más tradicional.
Por Esther Morales
La relación más pura entre el hombre y la naturaleza se basa en algo tan simple como el respeto y la paciencia. Si el apicultor espera lo suficiente y deja que las abejas hagan su trabajo, recibirá un manjar dorado, que endulza paladares desde tiempos inmemoriales.
Dejar la creación en manos del curso natural de las cosas es uno de los grandes talentos de los cosechadores granadinos, gracias a los cuales hoy podemos disfrutar de una Denominación de Origen Protegida como la Miel de Granada. Unas condiciones geográficas excepcionales, sumadas al proceso de trashumancia y al buen hacer de la tradición son las claves de un producto lleno de historia, que define buena parte de la cultura gastronómica de Andalucía.
El particular color amarillo de este dulce sirope natural brilla al sol desde las 40.000 colmenas que se extienden hoy por todo el medio rural de la provincia. Incluso en su aroma se esconden las reminiscencias de multitud de flores locales, como el azahar, el romero o el cantueso. Y es que la Miel de Granada, al igual que Cervezas Alhambra, llega a nuestras mesas para que la degustemos con los cinco sentidos y con el tiempo como potenciador de ese universo de sensaciones. Un regalo de las abejas a la cocina autóctona que, sin duda, nos hace reconocer el papel de estos insectos en el ciclo de la naturaleza y la biodiversidad.
Un viaje de trashumancia, fruto de la experiencia
La historia de la Miel de Granada se remonta al siglo VIII, cuando la población guardaba una relación estrecha con este manjar, tanto para usos culinarios como medicinales. Aunque su producción haya aumentado de forma exponencial desde entonces, su proceso de recolección continúa marcado por la tradición.
La trashumancia, que normalmente relacionamos más con el mundo del pastoreo, no es otra cosa que la adaptación al propio curso del clima y las estaciones. En un lugar como Granada, donde hay tan poca distancia entre las cumbres y el mar, la labor de los apicultores se ha centrado durante siglos en el traslado de los panales allá donde las condiciones sean más favorables para las abejas. Es así cómo la Miel de Granada se nutre de especies silvestres y de montaña como el tomillo, el romero o el castaño, pero también de especies tropicales de la provincia, como el mismísimo aguacatero.
Un procedimiento cien por cien artesanal, que guarda muchas similitudes con el origen de Cervezas Alhambra, allá por 1925. Sus variedades, que casualmente se caracterizan por un color dorado similar al de la miel, son el resultado de una cuidada selección de lúpulo, cebadas malteadas y levadura, que también la naturaleza regala a los maestros cerveceros que imprimen el carácter de la tierra a cada una de las variedades.
Porque solo ellos son capaces de explorar sus posibilidades, esperar de forma paciente durante el proceso de fermentación y concebir el sabor de una bebida que es todo un homenaje a las raíces y la personalidad de Granada.
La Miel de Granada en la cocina más ancestral
El gusto de la gastronomía árabe por lo dulce es una de las grandes herencias de la cocina granadina. Con una versatilidad innegable, la miel aporta dulzor y un toque aromático y floral tanto a postres como a tapas y platos principales. Elaboraciones que hoy copan los recetarios más tradicionales, en los que casi siempre aparecen estas dos delicias imprescindibles:
Berenjenas rebozadas con miel
Conocidas en toda Andalucía por su sorprendente sabor. Un poco de harina y huevo antes de freír y obtendremos un rebozado crujiente, que alberga en su interior la carne cremosa de la berenjena y que combina a la perfección con la Miel de Granada. También hay quien marina las berenjenas en cerveza antes de cocinarlas, pero nada como acompañar el resultado final con una Alhambra Reserva 1925, que encaja muy bien con el contraste dulce-salado de este plato.
Pestiños
Los pestiños están entre los postres más conocidos de la gastronomía andaluza. Nunca suelen faltar en días de carnaval, o en otras celebraciones como Semana Santa o Todos los Santos. En su masa se mezclan aromas de siempre como los del anís y la cáscara de limón y, después de fritos, se suelen bañar en una mezcla de agua con miel, que les da el característico acabado brillante y un punto dulce muy equilibrado.
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