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Hubo un tiempo en que las piñas eran como los Rolex: esta es su desconocida historia
Un fruto tropical que hoy es muy común y fue un símbolo de máximo lujo y riqueza para las realezas de Europa
La piña es una fruta tropical que encontramos en todas partes y cuesta unos pocos euros el kilo, pero hubo una época en la que podía valer el equivalente a miles de euros. De hecho, entre los siglos XVI y XIX, su dulzura, su aspecto espectacular y su rareza la convirtieron en una fruta de moda. La piña era un símbolo de opulencia y prestigio y, por tanto, una especie de obsesión entre las familias aristocráticas europeas. Como resumieron Ben Bowlin y Noel Brown en su podcast Ridiculous History, durante unos 250 años las piñas fueron un poco como los Rolex o los Rolls Royce.
Originaria de la zona donde desembocan los ríos Paraná y Paraguay en América Latina, la planta del ananás ya era conocida entre las poblaciones indígenas. Según los documentos de los que se dispone, la primera piña fue traída a Europa en 1496 por Cristóbal Colón, quien la había probado en Guadalupe tres años antes, durante su segundo viaje al Caribe. También le dieron gran popularidad las descripciones de los primeros que la cataron, como el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, el autor de la primera ilustración documentada que circuló en nuestro continente.
En Europa las piñas gustaban porque eran una novedad, tenían un sabor muy dulce y despertaban curiosidad por su aspecto. Según Colón se parecían al fruto del pino: de ahí el nombre en español y en inglés ‘pineapple’, siendo ananas en otros idiomas. En una época en la que el azúcar era un bien escaso y caro y solo se comía fruta de temporada, las piñas sabían "a vino, agua de rosas y azúcar combinados", escribió el botánico inglés John Parkinson en 1640. Además, como tenían que ser importadas de América, solo los muy ricos podían pagarlas. Se estima que en el apogeo de su popularidad una piña podría costar el equivalente a unos 7.000 euros.
Las piñas, un estatus de las cortes reales
Así, las piñas se convirtieron en objetos que se lucían para mostrar riqueza e indicar la clase social. Eran un símbolo de estatus utilizado para presumir antes que para comer. Entre los siglos XVII y XVIII, se exhibían, frescas o confitadas, como curiosidades durante los banquetes de las familias aristocráticas o reales europeas, colocadas en platos especialmente elaborados. Pero también hubo quien, al no poder permitírselas, las alquilaba para mostrarlas en una fiesta durante unas horas. Aquellos que ni siquiera podían alquilarlas las bordaban en manteles o las dibujaban en cuadros, cerámicas y papeles pintados.
La moda de la piña se extendió especialmente en el Reino Unido con la llegada al trono en 1688 del rey holandés Guillermo III de Orange y su esposa María II Estuardo, apasionados de la horticultura. A finales de siglo, algunas familias adineradas intentaron cultivar piñas en invernaderos especiales tanto en Inglaterra como en los Países Bajos, a pesar de ser una operación extremadamente costosa. Las pocas veces que alguien conseguía cosechar una, la enviaba como regalo a una persona especial o la exhibía en casa.
El hecho de que fuera un símbolo de opulencia es evidente también en la arquitectura. El ejemplo más conocido es el de la decoración en forma de piña que aparece en lo alto de una torre de Dunmore Park, una residencia construida en Escocia hacia 1760. También hay esculturas de piñas encima de las dos torres de la Catedral de San Pablo en Londres y en los obeliscos del puente de Lambeth. Probablemente esta sea también la misma razón por la que hay una pequeña piña tallada en el trofeo otorgado al ganador de Wimbledon, uno de los torneos de tenis más prestigiosos del mundo.
Un encanto atemporal
Sin embargo, las piñas también fueron exhibidas y apreciadas en otras cortes europeas, como las de Luis XV en Francia o Catalina de Rusia en el siglo XVIII. La investigadora de la Universidad de Cardiff, Lauren O'Hagan, explicó a BBC News que eran tan caras y tan deseadas que a menudo eran vigiladas por escoltas, y quienes las llevaban a los banquetes corrían el riesgo de ser atacados por ladrones. Algunos documentos ingleses de 1807 mencionan varios robos de piñas, incluido el de un tal Godding que fue condenado a siete años de exilio en Australia por robar siete.
Lo que el sitio de gastronomía Eater describió como "la obsesión de los europeos por la piña" comenzó a desvanecerse alrededor de 1820, a medida que las importaciones del viejo continente se hicieron más frecuentes, los precios más asequibles y los métodos para conservar los alimentos más eficaces. Sin embargo, incluso siglos después de llegar a Europa, las piñas siguieron siendo un fruto muy cotizado y admirado.
El protagonista de la famosa novela de Charles Dickens David Copperfield (1850), por ejemplo, dice: “Cuando tenía suficiente dinero solía comprarme medio litro de café ya preparado y una rebanada de pan con mantequilla. Cuando no tenía, iba a ver una tienda de venado en Fleet Street; o me daba un paseo por el mercado de Covent Garden para contemplar las piñas”.
Imágenes I iStock - Unsplash
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