“Las grandes obras no se logran con la fuerza, sino con la perseverancia”, escribió en su momento el escritor inglés Samuel Johnson. De acuerdo con esta lógica, los organizadores del concierto más gigantesco de la historia debieron acumular cantidades astronómicas de constancia para reunir, frente a un único escenario, a nada menos que 3,5 millones de personas.
Por Raúl RearMachine
Pese al indudable atractivo y a la enorme repercusión que tienen este tipo de eventos, los conciertos de esta magnitud no son fáciles de organizar desde el punto de vista logístico y aquel que ofreció Jean-Michel Jarre en Moscú el 6 de septiembre de 1997, considerado oficialmente como el mayor de la historia y registrado como tal en el Libro Guinness de Los Récords, acabó colapsando la ciudad al superar todas las expectativas de asistencia.
Cuando se cumple un cuarto de siglo desde aquella histórica celebración, echamos la vista atrás y recordamos lo que dio de sí el directo con mayor asistencia del que se tienen registros hasta la fecha. Jarre acababa de firmar un contrato con Sony Music y, a la hora de rubricarlo, anunció que su trabajo más exitoso, ‘Oxygene’, contaría con una segunda parte: ‘Oxygene 7-13’, un disco que acabaría conociéndose popularmente como ‘Oxygene 2’. El álbum iba a fusionar de forma espectacular los sonidos clásicos con la vanguardia de la electrónica y el artista quería que llegara acompañado de un acontecimiento memorable. Los responsables de su oficina de management comprobaron que aquel mismo año se iba a celebrar por todo lo alto el 850 aniversario de la fundación de la ciudad de Moscú y lo que a priori se adivinaba inconexo pareció ajar mágicamente: ofrecería un concierto descomunal dentro de la gira ‘Oxygen Tour’ en el corazón de la capital rusa. A Jean-Michel, hijo de Maurice Jarre, autor de la banda sonora de Doctor Zhivago, adaptación cinematográfica de la novela homónima de Boris Pasternak cuya acción trascurre parcialmente en Moscú, debió parecerle que el círculo generacional se cerraba en aquel mismo instante.
Dicho y hecho. Las autoridades moscovitas recibieron el ofrecimiento del superventas francés como un regalo del cielo y se pusieron manos a la obra. En 1997, la situación de la sociedad rusa era tan compleja como delicada y la ciudadanía se encontraba ávida de acontecimientos novedosos. Hacía sólo 6 años que la URSS había desaparecido y la población había pasado de las restricciones y la sobreprotección al aperturismo y los guiños a occidente. Jarre ya había celebrado previamente diversos conciertos para audiencias de entre uno y dos millones y medio de personas en diferentes emplazamientos de París y Houston, de manera que tocaba seleccionar un lugar realmente gigantesco. La decisión se resolvió rápidamente: la fachada principal del descomunal complejo de la Universidad Estatal Lomonósov, idónea para encajar el macroescenario, albergar la pirotecnia y proyectar los visuales mastodónticos que acompañaban habitualmente al artista. Frente al edificio se abría una enorme explanada, perfecta para acoger un evento de masas.
La convocatoria fue un éxito y llegó mucha, muchísima gente. De hecho, bastante más de la que se esperaba. Sólo en la llanura ajardinada del campus, entre el lugar donde se alzaba el escenario y el extremo opuesto, un mirador sobre el río Moscova, se contabilizó medio millón de asistentes. Como no cabían más, el resto se desbordó por los terrenos aledaños hasta llegar a las inmediaciones del estadio Luzhniki, situado a dos kilómetros en línea recta del inmueble principal. Al rebasarse todas las previsiones, se desató una cierta dosis de caos. Todos los accesos se colapsaron y la ciudad se detuvo casi por completo durante el tiempo que duró el show, pero según aseguraron algunos de los asistentes, en determinados momentos puntuales hubo hasta 5 millones de personas observando, o al menos intentándolo, lo que el músico francés les entregaba desde la lejanía en forma de luz y sonido. Lo acontecido en aquella jornada quedó inmortalizado para la posteridad en un DVD titulado ‘Oxigene in Moscow’.
Cerca, prácticamente a la par de las cifras obtenidas por Jarre, se sitúa Rod Stewart con el, oficialmente, segundo concierto más multitudinario de la historia. Sucedió en la nochevieja de 1994 en Copacabana. El legendario músico británico ofreció un concierto gratuito en la playa brasileña y, según la documentación disponible, también llegó a congregar entre 3,5 y 4,2 millones de almas durante la celebración del show y, hasta que Jarre le desbancó, ostentó el Récord Guinness de la categoría. El hecho de que fuera imposible determinar cuántos de los asistentes habían acudido expresamente para ver al cantante y cuántos para presenciar el espectáculo tradicional de fuegos artificiales del fin de año carioca, influyó directamente en el hecho de que se le concediera al francés el primer puesto en los listados.
Stewart llegaba en su mejor momento tras cosechar decenas de sold outs consecutivos y después de haber arrasado en ediciones previas de Rock In Rio. El concierto fue apoteósico: 17 temas y 5 más en el bis. El artista se entregó a fondo a lo largo de toda la actuación y el público estuvo a la altura, conectando con él y coreando todos sus hits.
The Rolling Stones también eligieron Copacabana para organizar su concierto más mayoritario. El 18 de febrero de 2006, la banda llenó la playa brasileña de público para repasar gran parte de sus clásicos y logró concentrar a dos millones de personas. En este caso, al no coincidir con ninguna otra celebración, los de Mick Jagger pueden asegurar sin lugar a duda que todos y cada uno de los que acudieron a la cita fueron expresa (y gratuitamente, por supuesto) a disfrutar de su música. No se registraron incidentes gracias a que se movilizaron 6.000 militares en la zona para preservar el orden.
Un detalle que en su día no se dio a conocer pero que el propio Rod se encargó de comentar algunos años más tarde es que, el mismo día del concierto del récord, el cantante se encontró indispuesto. La jornada anterior había comido en un restaurante local y comenzó a sentirse mal, pero no le dio demasiada importancia. Sin embargo, a la mañana siguiente, el dolor, lejos de remitir, había aumentado y no estaba en condiciones de saltar al escenario. Las alarmas se encendieron y los organizadores del evento tomaron una decisión drástica: contactaron con un hechicero del lugar. “Comí algo y me puse fatal, por eso llamaron al hechicero. Este me dio una ayuda y me puse bien”, detalló el artista. Y es que, como suele decirse, pase lo que pase… ¡El show debe continuar!
IMÁGENES | PIXABAY
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