El botijo se asocia tradicionalmente con el mundo rural, donde cumplía una clara función. Pero en los últimos años vive una nueva etapa, convertido en pieza decorativa y reinventado con diseños contemporáneos, de la mano de artesanos y artistas actuales.
Por Pablo Vinuesa
Andalucía es tierra de luz y sol. Para combatir el calor que la protagoniza, especialmente en verano, beber de un botijo ha sido una de las defensas más útiles y simbólicas. Este invento milenario, cuya ciencia sigue sorprendiendo a día de hoy, está viviendo su penúltimo renacimiento. Repasamos su inspiradora historia y descubrimos a esos creativos que lo están redefiniendo.
La ancestral historia del botijo
El botijo más antiguo de España se conserva en el Museo Arqueológico de Murcia. Fue descubierto en la necrópolis de Puntarrón Chico, en el pueblo de Beniaján, y se estima que cuenta, nada más y nada menos, que con unos 3.500 años de antigüedad. La forma es un poco distinta a la que hoy conocemos, presentando un diseño cilíndrico, con asa superior y un pequeño orificio.
Es complicado trazar con exactitud su origen, pero se intuye que su función ha sido de utilidad a través de territorios y civilizaciones, en un viaje hasta la Andalucía actual desde la Mesopotamia de hace casi seis mil años. Allí, en aquel momento, se datan las primeras técnicas, primigenias pero aún válidas, de la cocción del barro.
Hay huellas de su uso por todo el Mediterráneo y su nombre proviene del latín, “butticula”. Especialmente en tierras de clima seco y árido se han aprovechado sus bondades, conferidas por una particular forma. Tal como define la RAE la vasija, hecha con barro poroso, cuenta con un vientre abultado, un asa en la parte superior y dos aberturas a los lados, una para llenarlo (“boca”) y otra para beber (“pitorro”).
¿Por qué enfría un botijo?
En el habla popular a menudo se utiliza la expresión “ser más simple que el mecanismo de un botijo”, pero en este caso el dicho no resulta muy certero. Y es que el proceso que provoca que el agua en su interior se enfríe es tan ingenioso como eficiente. La clave del invento es un concepto que probablemente no conocían hace miles de años: la refrigeración por evaporación.
El botijo está construido en arcilla, un material cuya porosidad permite que el agua se vaya filtrando poco a poco hacia el exterior, en un proceso que se conoce coloquialmente como ‘agua sudada’. Esta se evapora cuando entra en contacto con el aire exterior, pero para llevar a cabo la transformación de líquido a gas necesita energía. Así es como el agua que sale ‘roba’ calor a la interior.
Un botijo a una temperatura ambiente de unos 30 grados podría enfriar el agua que contiene hasta unos 10 grados en apenas una hora. Cuanto más calor y más sequedad, curiosamente mejor será el efecto de enfriamiento y más grados bajará. Por esa razón, quienes pasaban sus días al sol lo han reverenciado durante siglos.
La ciencia que explica el funcionamiento del botijo
A pesar de sus miles de años de historia, no ha sido hasta hace unas décadas que científicos han decidido estudiar rigurosamente la ciencia que esconden sus porosas paredes. Fue en 1990, cuando el catedrático Gabriel Pinto y José Ignacio Zubizarreta, dos profesores de la Escuela de Ingeniería Industrial de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), dieron con la fórmula del botijo.
Sus deducciones demostraron, matemáticamente, la rotunda falsedad de la afirmación popular. Y es que las dos ecuaciones que mostraron a la comunidad distan bastante de ser “simples”. El proyecto completo de su investigación fue desvelado cinco años después, en un artículo publicado por la prestigiosa revista estadounidense Chemical Engineering Education, especializada en ingeniería química.
Sus ecuaciones venían acompañadas por demostraciones. Una de las más sorprendentes, el experimento con el que Pinto consiguió enfriar el agua hasta quince grados en siete horas. Las condiciones exactas: el botijo contenía 3,2 litros de líquido, a una temperatura constante de 39 grados y con una humedad relativa del 42 %. La magia de la ciencia.
¿Cómo se hace un botijo?
Detrás de las cosas más sencillas hay saberes ancestrales y manos dedicadas que respetan los procesos. Así ocurre en el caso de los maestros cerveceros de Cervezas Alhambra, que mantienen el sabor único de Alhambra Reserva 1925 dedicando a cada fase de la elaboración el tiempo justo y necesario; sin prisa, pero sin dejar de avanzar. Y así ocurre con los alfareros que, del mismo modo, prestando atención a cada paso, moldean los botijos respetando seis fases fundamentales:
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Artesanía y ciencia, en seis claves
- La preparación del barro, un proceso laborioso que abarca la búsqueda, recogida, transporte, tamizado y secado de la pieza.
- El amasado, que elimina el aire de la arcilla hasta que la pella queda lista para poder ser trabajada.
- La forma del botijo se empieza a insinuar durante el torneado. La pieza se deja airear luego, al igual que las otras partes: boca, pitorro y asa.
- Todas ellas se "pegan" y el conjunto se repasa con cuidado hasta conseguir el acabado deseado.
- Como buenos Maestros del Tiempo, los alfareros y alfareras tienen que dejar respirar la pieza, secándola lo justo para que no se fracture en el horno.
- Esa será la última fase, la de cocción, durante la cual el botijo llega a rozar los mil grados dentro del horno. El dominio de la temperatura es crucial, ya que una pequeña diferencia podría sellar los microporos de la arcilla.
El botijo, un viaje de ayer a hoy
Ha sido testigo de incontables jornadas de trabajo en el caluroso verano y de juegos en patios y plazas de pueblos andaluces. A día de hoy no es tan imprescindible como antaño, por supuesto, pero esta pieza, que nunca entendió de clases sociales y no faltaba en casa alguna, ha conseguido llegar viva al día de hoy, con artesanos que la defienden gracias al saber acumulado por generaciones de alfareros.
Ya sea por pura utilidad, por nostalgia o por aportar un punto distintivo a nuestra decoración, el botijo sigue siendo importante en La Rambla, Córdoba, y Agost, Alicante, dos de los pueblos donde más se reivindican su uso y fabricación. En ellos se condensan fabricantes que, como en los casos de los hermanos Montaño o la alfarería La Navá, aún presumen de procesos artesanales para darles forma.
Su historia se puede descubrir en museos dedicados a él como el Museo de la Alfarería agosteño o los de Argentona (Barcelona), Toral de los Guzmanes (León) o Villena (Alicante), pero el botijo rechaza clasificaciones fáciles. Solo hay que comprobar propuestas como la campaña para convertirlo en emoji, con hashtags como #YoBeboEnBotijo o #Emotijo o la particular ‘misión espacial’ Botijo SAT.
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Una visión contemporánea para una pieza milenaria
De utensilio del campo a obra de arte. De las alfarerías tradicionales a la sorprendente ‘cubitera’ ideada por Cerámicas Iván Ros, abriendo un agujero en uno de sus laterales y dando esmalte para aportar frescura, pasando por la recuperación de la memoria en la obra de Valeria Palmeiro, conocida como Coco Dávez, o los peculiares lienzos de Ismael Peña.
Los artesanos lo mantienen vivo y los artistas lo imaginan en otras formas, funciones y colores. El botijo respira a través de sus poros y además cautiva almas por todo el mundo, gracias a proyectos que lo reivindican como Bootijo, que define a este icono como "ingeniería artesanal de vanguardia", o Real Fábrica Española, cuyo catálogo de productos es una oda a la tradición artesana española.
Imágenes: interiores, pieza de Coco Dávez (Instagram @cocodavez), vídeo del càntir de Carme Pinós (Argillà Argentona), cubitera de Cerámicas Iván Ros, botijos en blanco de Real Fábrica Española.
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