Plomo, metal pesado y tóxico. La contaminación por plomo, enfermedad conocida como saturnismo, puede causar daños diversos y, como bien pudiera atestiguar el compositor Ludwig Van Beethoven, alteraciones del carácter y sordera.
Por Raúl RearMachine
Nacido en 1770 en Bonn, Alemania, el joven Beethoven era conocido por su simpatía y amabilidad, pero poco a poco su personalidad se fue tornando irritable, esquiva y asocial. A la edad de 30 años, con una carrera ya muy consolidada, comenzó a perder audición de forma alarmante y, para el final de sus días, ya era totalmente incapaz de percibir sonido alguno. El gran compositor, el genio, Beethoven, era sordo. Por si ello fuera poco, padecía, además, acúfenos, una molesta y continua percepción de ruido sin que existan fuentes de sonido exterior. “Mis oídos continúan zumbando y vibrando día y noche. Debo confesarte que estoy viviendo una vida miserable”, explicó el 21 de junio de 1800 por carta a su amigo de la infancia y doctor, Franz Gerhard Wegeler. Mucho se ha estudiado en torno a la sordera de Beethoven, pero las últimas investigaciones señalan que todo pudo obedecer a una ingesta continua de plomo a través de diferentes vías. Los utensilios de cocina serían la primera de ellas, las cañerías de su casa la segunda y el vino que consumía constituiría la tercera, si bien quizás no la última. Pese a todo, creó su Novena Sinfonía, la célebre ‘Oda a la Alegría’, con más de una hora de orquestación, coros y música, cuando llevaba más de una década sumido en un molesto murmullo. ¿Cómo podía componer Beethoven si era sordo? A base de tesón, genialidad y superación.
Salvo por la carta enviada a Wegeler y otra remitida al violinista y amigo Karl Ferdinand Amenda en julio de 1801, Beethoven no hablaba jamás de su afección. Para enmascararla, se limitaba a fingir que estaba ausente. “Te suplico que mantengas un profundo secreto acerca del asunto de mi sordera”, le rogaba a su colega músico. Lo que él desconocía era que su intoxicación podía agravarse cada vez que se sentaba a comer. A partir de un caso clínico documentado en la actualidad, la revista The Laryngoscope ha señalado que la causa más probable de la pérdida auditiva neurosensorial progresiva de Beethoven, así como su estado general de salud, fuese la intoxicación por plomo. Dicho caso, protagonizado por una mujer de 64 ingresada en 2018 con los mismos síntomas que el compositor, se resolvió cuando los médicos dieron con el origen de su enfermedad: el empleo de una sartén de plomo muy desgastada que, de forma constante, liberaba restos de metal en la comida que ingería la paciente. Una casualidad que nos ayuda a desvelar por qué se quedó sordo Beethoven.
Al genial compositor le gustaba el vino. Según el experto enólogo Jacques Dupont, los caldos que consumía no eran, desafortunadamente, de gran calidad, sino más bien corrientes y a menudo ‘tratados’ con litargirio, una variedad mineral del óxido de plomo que, en aquella época, se empleaba para suavizar el carácter de los vinos agrios y corregir su verdor. En febrero de 1827 le envió una carta a su editor, Andreas Schott, en la que le reclamaba vino, pero mejor que el que él podía costear. “El médico me ha prescrito un buen vino del Rhin. Aquí no hay posibilidad de encontrar a buen precio uno que no esté adulterado. Si usted quisiera enviarme unas botellas yo le demostraría mi agradecimiento. Cuanto antes me envíe el vino, del Rhin o del Mosela, antes me recuperaré de mi estado actual”, señalaba.
La leyenda dice que Beethoven, para inspirarse, acostumbraba a sumergir su cabeza en una tina de agua fría. Agua corriente de su residencia, la misma que utilizaba a diario para beber o para cocinar. Lo malo es que las cañerías empleadas en aquellos años estaban hechas de plomo, de manera que, cada vez que abría el grifo, añadía una gota más al vaso de su saturnismo. Un vaso que acabó rebosando cuando, en 1826, a todas las causas anteriormente reseñadas, se le sumó otra: un médico le aplicó un tratamiento para curar una enfermedad respiratoria a base de… Sales de plomo. Todo este metal acabó, el 26 de marzo de 1827, apagando la vida de Ludwig Van Beethoven. El análisis de un mechón de su cabello realizado en 2000 reveló que contenía cantidades ingentes de este metal tóxico.
Irónicamente, Beethoven falleció cargado de plomo pese a haber salido indemne de todos sus duelos. Evidentemente no hablamos de enfrentamientos armados sino de duelos de piano. El compositor participó en varios de ellos a lo largo de su vida, aunque el máscélebre fue el que protagonizó en Viena en 1800. Los duelos musicales formaban parte del entretenimiento habitual de la aristocracia y solían alimentarse de las rencillas surgidas entre artistas durante las veladas en las que se ofrecían recitales.
Daniel Gottleib Steibelt, pianista y compositor que gozaba de gran fama en aquellos días tras haber dedicado un tema a María Antonieta, llegó a la ciudad aquel año. Visitó la casa del conde Fries, donde Beethoven presentaba su ‘Trío Para Pianoforte, Clarinete y Violonchelo’, y realizó varios comentarios despectivos sobre la pieza. Una semana después, en otra velada a la que ambos acudieron, Steibelt aprovechó el momento de las improvisaciones para utilizar algunos de los pasajes de su rival y burlarse de él, con lo cual estallaron las hostilidades. Beethoven, furioso, fue directo al piano y tomó la partitura de Steibelt. Le dio la vuelta, señaló algunas notas con el dedo, comenzó a tocar los primeros compases con los papeles vueltos del revés y atacó con furia una improvisación que, literalmente, hundió emocionalmente a su antagonista. Humillado, Steibelt salió corriendo del salón y poco después, su benefactor, el príncipe Lobkowitz, comunicó un mensaje en su nombre: no regresaría a Viena mientras Beethoven residiera en la ciudad. Como curiosidad, baste señalar que el genio alemán acabó empleando parte de aquella improvisación en el cierre de su tercera sinfonía, ‘Heroica’.
Beethoven ya había saboreado las mieles de la victoria en un gran duelo anterior, el que le enfrentó a Wölfl en la residencia del Barón Raimund Wetzlar. La competición estuvo realmente reñida porque, aunque Wölfl había dedicado varias sonatas a Beethoven, la trascendencia de este tipo de enfrentamientos era clave para obtener los favores de la aristocracia austriaca, que a fin de cuentas financiaba gran parte de la escena musical. Si bien Beethoven se mostró en ocasiones algo más desdibujado que su oponente y pecó de ofrecer un repertorio menos delicado, su innegable talento, la fluidez en la transición de ideas y la maestría exhibida mediante la figuración, confirmaron su victoria. Tras su derrota, la popularidad de Wölfl decayó.
Precisamente por estas ideas y por el virtuosismo con el que Beethoven las desarrollaba a través del piano, su leyenda creció y creció. A veces, incluso, de forma involuntaria y viajando a través del tiempo. Su Quinta Sinfonía, probablemente la más popular de la historia, es conocida por muchos como ‘La Victoriosa’ por un sutil detalle relacionado con la II Guerra Mundial. La BBC empleó sus cuatro notas iniciales para abrir todos sus boletines e infundir valor al bando aliado. ¿Por qué? Pues porque, traducidas a lenguaje morse, equivalen a tres puntos y una raya: la letra uve. Uve de victoria.
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