¡Que siga el ruido y que no pare el baile! La pasión ancestral por la música popular, el baile y las celebraciones coloristas que se respira en cada rincón de la Ciudad de México tiene su máximo exponente en los sonideros, un fenómeno cultural callejero e itinerante que difunde la música latina y tropical.
Por Raúl RearMachine
Un furgón, un equipo de sonido, bocinas o altavoces que suenen bien potentes y, por supuesto, el micrófono. Los sonideros son DJs, MCs, bailarines y lo que sea necesario para poner en pie todo tipo de celebraciones, desde quinceañeras y bodas a fiestas de vecindad. “El sonidero sabe lo que pone, sabe lo que está trabajando, lo acaricia, lo moldea y lo viste de tal forma que se lo dedica a tal persona y le llega al fondo de su alma. Somos personajes públicos, como una especie de artista, pero artistas de barrio porque salimos de aquí abajo”, detalla Pío V Alejandro Castellanos, de Sonido Pío Sensación Latina.
Los auténticos sonideros tienen alma de showman. Aseguran que cualquiera puede pinchar canciones y animar a la gente a bailar, pero matizan que ellos ofrecen más, mucho más. Cuando tiene lugar una celebración callejera, el sonidero planta su vehículo en una buena explanada, enciende la música, lanza su speech pertrechado con el correspondiente micrófono, prende el baile y retransmite a través de los altavoces la avalancha de saludos de particulares que va recibiendo a lo largo de toda la velada. Muchas “tocadas sonideras” incorporan cuerpos de baile que despliegan sus coreografías en medio del bullicio y eleven la temperatura del festejo.
“Uno se viene haciendo hasta psicólogo, porque vas poniendo la música y ves cómo te responde la gente. Responde con una cumbia, con una salsa romántica… Te vas dando cuenta de que quizás aquel trae un problema o que ese otro viene con nostalgia y sigues más o menos la línea de la gente. Los vas jalando, los vas metiendo a lo que tú estás trabajando”, puntualiza Pedro Valverde, de Luz y Sonido Extasys Tempes.
La complejidad logística varía desde la pequeña furgoneta con unos platos, una mesa, un amplificador, un micro y unos altavoces, hasta las grandes carpas recargadas de pantallas. Entre medias, tráileres ultra preparados para transportar equipos y el catálogo de transportes más extenso que uno pueda imaginar. El avance de la tecnología y la irrupción del sonido digital han marcado un antes y un después en la forma que tienen estos nómadas musicales de desempeñar su labor. Una de las figuras más emblemáticas del movimiento, Ramón Rojo, ‘El Rey de Reyes’, un verdadero ídolo en el populoso barrio de Tepito, recordaba como en sus inicios, allá por los años 60, bastaba con una trompeta, un bafle y un amplificador de válvulas de 25 watios. Hoy, los racks saturados de electrónica y las luces láser son la marca de la casa, pero la esencia, el alma de los sonideros, se mantiene intacta gracias a los ritmos cálidos de América Latina y Caribe, los saludos y el baile.
La leyenda de ‘El Rey de Reyes’ comenzó a fraguarse cuando trabajaba en la tienda de discos de sus tíos. Imaginó que la gente quería escuchar pequeños fragmentos de los álbumes que estaban a la venta para no tener que fiarse únicamente de las portadas, de manera que compró un pequeño amplificador y reprodujo canciones en el exterior del establecimiento. Como las ventas se dispararon, se animó a trabajar como ayudante de los sonideros y finalmente acabó fundó el suyo propio: La Changa.
Los historiadores ubican el nacimiento del fenómeno en Ciudad de México, allá por los años 40. La moda de la época consistía en ambientar los eventos sociales con orquestas o conjuntos que interpretaban música tropical, pero únicamente los ciudadanos con alto poder adquisitivo podían contratarlos. Ante la necesidad de vestir con música los eventos de las clases más desfavorecidas, surgió un formato nuevo. Una alternativa mucho más económica, capaz de ofrecer música de múltiples géneros, éxitos de la radio, posibilidad de adaptación a espacios reducidos y pocos integrantes. Habían nacido los sonideros.
Con el correr de los años, se hicieron los señores del ocio en los espacios públicos. El ciudadano de a pie no podía acceder a los suntuosos salones de la ciudad donde se celebraban los grandes bailes, pero seguía reclamando su parcela de ocio. Para tratar de destacar sobre las orquestas tradicionales, los sonideros fueron añadiendo progresivamente nuevos elementos a sus infraestructuras. Además de pinchar discos, se equiparon con micrófonos y se convirtieron en el centro de la fiesta, erigiéndose en genuinos maestros de ceremonias.
Luego fueron, literalmente, un paso más allá. Sumaron el baile a su oferta, inicialmente con una variedad conocida como tibiri. Los expertos indican que surgió como una imitación del peculiar estilo que un conocido actor de cine mexicano de la época, Germán Valdés, ‘Tin Tan’, imprimía a sus personajes.
Otra de las maniobras con las que lograron desmarcarse de la competencia fue la importación de nuevas tendencias. Comenzaron adoptando los ritmos de orquestas cubanas como la Sonora Matancera y posteriormente extendieron su repertorio a otros territorios sonoros, fundamentalmente a la cumbia. Tanto es así que, en la actualidad, existe una variedad denominada cumbia sonidera.
La devoción de los habitantes de la Ciudad de México por los sonideros y el papel cohesionador que el fenómeno ha jugado dentro de la comunidad, han hecho posible la puesta en marcha de una campaña para que sean reconocidos como un patrimonio cultural intangible de la urbe. Además, el prestigioso Festival Internacional Cervantino que cada año se celebra en la metrópoli les ha abierto las puertas incluyendo este estandarte de la cultura chilanga dentro de su programación.
IMÁGENES | PIXABAY
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