Granada está repleta de callejuelas angostas que, cuando menos te lo esperas, al doblar cualquier esquina, dejan al desnudo una ciudad vibrante que es pura celebración
Por Iñigo Lauzurica Martínez
Granada es algarabía, luz, armonía, pulso, fuerza, tensión, movimiento, sabor. Es una vida, con todos sus matices. Escuchamos sus caminos bulliciosos para buscar el núcleo del que nace todo su carácter: La Alhambra. Nuestros sentidos marcan la ruta y nosotros nos dejamos llevar.
En el Mirador de San Nicolás la risa y la conversación de los paseantes que viven despreocupados esta mañana calurosa inunda nuestros oídos. En el ambiente habita una sensación de calma y tranquilidad que es toda una invitación a frenar el ritmo, a prestar más atención a nuestro entorno y a deleitarnos con los sonidos del paisaje.
La Alhambra
Apostados bajo las sombras de los muros que se levantan en la Cuesta de los Chinos, oímos las pisadas quedas de otros visitantes. Es momento de respirar hondo. Levantamos la mirada y el sol de mediodía nos ciega la vista. Cerrar los ojos. Dar al tiempo el lugar que merece. Parar más. Sentir más. Vivir despacio y notar cómo la intensidad de todo aumenta. Hasta nosotros llega el murmullo de pequeñas cascadas escondidas que no habíamos visto.
Experiencias que se saborean sin prisas
No tenemos prisa. No nos importa detenernos cuando estamos a gusto. Disfrutamos del momento y también de los preámbulos. Esta es una sensación familiar: la misma que nos produce degustar lentamente una Alhambra Reserva Roja. La experiencia empieza fuera de la botella, igual que comienza fuera del palacio, y termina dentro, a partes iguales.
Todo, cuando se trata de degustar esta cerveza, igual que cuando visitamos La Alhambra, forma parte de un ritual. Comienza por respirar la fragancia seca del lúpulo y continúa por compartir con quienes se degusta sus delicados aromas tostados y de caramelo. La sensación se prolonga cuando dejamos que su amargor fresco y moderado descienda en caída libre por nuestra garganta. Como cuando paseamos por el empedrado del complejo histórico granadino, los sentidos despiertan y se agudizan.
Paso a paso, nos zambullimos en la quietud de los aposentos de los Palacios Nazaríes. En el Palacio de los Leones encontramos el patio vacío. Aquí el tiempo parece haberse detenido por completo y, en la riqueza decorativa del lugar, se percibe la figura de Mohamed V, quien construyó este edificio entre 1362 y 1391, la época en que el sultanato nazarí adquirió mayor apogeo.
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El sonido de otro tiempo
Resuenan también las gotas que caen de los caños incrustados en las bocas de los leones: es el sonido del complejo hidráulico del recinto. Un rumor que nos recuerda a la vibración que produce una Alhambra Lager Singular al deslizarse por nuestro paladar. Ese instante en el que esta cerveza despliega ante nosotros todos sus matices: su acabado seco, su gusto ligeramente dulce y sus notas afrutadas. Todos ellos son el producto de una sabia combinación, elaborada por los maestros cerveceros, de distintas variedades de cebada y de la malta pilsen de tueste bajo que da personalidad a este líquido tan singular.
Nos adentramos en las estancias que una vez habitaron los miembros de la familia del sultán. Este rincón rezuma esplendor. En los motivos naturalistas que cubren las paredes podemos admirar el arte y la labor cuidadosa de sus artífices. En sus recovecos rebota el piar incesante de los pájaros que vuelan de un lado a otro con ajetreo. Nos asomamos a los balcones de las ventanas arqueadas y, al hacerlo, sentimos la grandeza.
No importan los siglos que hayan pasado desde que este espacio se levantara porque quienes lo hicieron dejaron una herencia fundamental. Una filosofía que recogieron ampliamente los maestros cerveceros de Cervezas Alhambra: trabajar despacio y con amor aquello que se tiene entre manos. Tomarse el tiempo necesario para crear las cosas con mimo y cuidado por el detalle, con conciencia por lo que se está haciendo en cada instante. Ese es el único secreto para crear elaboraciones atemporales además de deliciosamente hermosas.
El tiempo, maestro de otros matices
Así, igual que La Alhambra tardó décadas en terminar de construirse, todas las referencias de Cervezas Alhambra requieren tiempos de elaboración generosos y medidos. Solo las horas y días que pasan madurando son capaces de transformarlas en pequeñas obras que maridan con el contexto, el momento, la compañía y los lugares donde se toman. Y, de hecho, esa es la manera de descubrir todos sus matices: viviéndolas. Porque, simplemente, hay cervezas que no se pueden explicar. Hay que sentirlas.
El día va avanzando y la luz adquiere poco a poco un tono más tibio. Aún así, los rayos se cuelan con fuerza por las filigranas que plagan la arquitectura del palacio e invaden sin piedad cada hueco sombrío de los salones. Todo está tan bien conservado que de un vistazo recorremos la historia de este recinto y sus siglos de vida. Una historia que se cuenta por sí misma, a través de los pigmentos que colorean las paredes y las pinturas murales que visten los techos.
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El agua, fuente de sabor
En el Patio de los Arrayanes la noche ya ha caído y, al abrigo de los macizos de mirto, se oye el eco de un agradable soniquete que no cesa. Es el agua, que siempre termina encontrando su sitio en este paseo. De la fuente de este patio emana el líquido transparente y cristalino y llena una alberca de 34 metros de largo.
El agua es también un elemento fundamental en la receta de Alhambra Reserva 1925, una cerveza tan especial como único es su sabor. En ella se mezclan la levadura responsable de sus aromas afrutados con los lúpulos amargos. Un matrimonio que resulta en un conjunto de texturas plenas y con cuerpo que evocan la receta tradicional de las cervezas en que se inspira: las de estilo Amber Lager.
Los pórticos y los siete arcos adornados con rombos calados e inscripciones de alabanza a Dios, recrean la vida que aún hoy posee este lugar. Una imagen ante la que no podemos menos que callar y escuchar. Dejamos que sea este escenario el que nos relate las leyendas que aquí se forjaron. Los secretos y tradiciones que se transmitían las mujeres unas a otras cuando pasaban el tiempo en las naves laterales, de uso exclusivo para ellas.
Que nos hable de la galería norte y del fragmento de poema de Ibn Zamrak que hay inscrito en la parte superior de su zócalo de azulejos de finales del siglo XVI. Todo está plagado de detalles ricos en memorias.
Nuestra vista y nuestro oído ya han quedado totalmente seducidos y solo nos queda abandonarnos a la belleza de cada rincón. El tiempo, nuestro sexto sentido y el que da consistencia al resto, se ha detenido para permitirnos ahondar en la experiencia. Ahora conocemos La Alhambra de otra manera. Hemos descubierto cómo suena el roce arenoso de sus paredes al acariciarlas, la melodía del agua de sus fuentes o lo que susurra el viento cuando se cuela por sus rendijas.
Miramos por última vez cada detalle y nos vamos con la sensación de haber descubierto una nueva Alhambra: una Alhambra que hemos escuchado, visto, respirado, palpado y saboreado. Porque este monumento, igual que las Cervezas Alhambra, se disfruta con calma, sin prisa, dejando que los segundos pasen. Y, sobre todo, se disfruta con los cinco sentidos.
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